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Desde mi escaño

Sáquenlos del colegio

Que España vive una etapa de anticlericalismo resulta más que evidente. No hay más que ver todas las trabas que desde hace algunos años se le está poniendo a la Iglesia por parte del Estado para poder percibir determinadas ayudas que solían concederse sin mayores problemas por la vía impositiva. Zapatero y sus mariachis, que no todo el PSOE, que hay excepciones bastante reconocidas, están haciendo la vida imposible a los máximos representantes eclesiásticos y a quienes tienen por norma ir a misa todos los domingos y comulgar, nunca mejor dicho, con los preceptos de la Santa Madre Iglesia.

Al margen del affaire de la Madre Maravillas y los tejemanejes del señor Bono para al final evitar colocar una placa conmmemorativa en el Congreso de los Diputados, hemos tenido que asistir estos días a un auténtico atropello a las libertades de los padres, alumnos y profesores de un colegio de Valladolid. Uno de estos progenitores (término que gusta mucho en la residencia monclovita) no está por la labor de que sus vástagos tengan que estar en clase siendo observados por un crucifijo y decide poner en marcha la maquinaria para que, al final, al centro educativo se le inste a que retire cualquier elemento de corte religioso. Y digo yo, ¿acaso es una gran mayoría la que ha tomado la decisión? Pues no, sólo es una familia, aunque secundada por alguna más, pero nunca representando a la totalidad del centro, ni siquiera a una cuarta parte. Pero nada, aquí se trata de tirar contra todo lo que huela a la religión católica. Faltaría más.

De hecho, ha sido el propio ministro de Justicia, el señor Bermejo quien ha solicitado a la Junta de Castilla y León que no se lave las manos como un tal Poncio (Pilatos, le añado yo, por si acaso el hombre de las reformas domésticas no lo sabe) y que pida la ejecución inmediata de la orden judicial. Afortunadamente, el presidente castellano y su equipo de Gobierno ya se han puesto manos a la obra para presentar el pertinente recurso. Incluso, en esta guerra les ha salido un aliado inesperado, el alcalde socialista de Zaragoza, Juan Manuel Belloch, quien ya ha dicho alto y claro que no piensa retirar en su ciudad ningún símbolo religioso. A buen entendedor, señor Bermejo, sobran las palabras.

Lo que está claro es que si a alguien le molesta que sus hijos estudien en un colegio donde hay crucifijos o se imparte la asignatura de religión lo tiene bien fácil; que saque a sus niños del centro, que los lleve a otro donde no se imparta religión ni se encuentre con cruces, pero lo que no es de recibo es que se imponga la minoría a la mayoría, pero vamos, que tampoco sorprende. Si en los hospitales de Andalucía Manuel Chaves está como loco por hacer desaparecer las capillas, ¿por qué un padre no puede tener el capricho de que desaparezcan los crucifijos? No, si a este paso tendremos que convertirnos al Islam y rezar cinco veces al día.

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