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Desde mi escaño

Carnaval sí, pero no a cualquier precio

Carnaval sí, pero no a cualquier precio

Santa Cruz de Tenerife se echó a la calle el pasado viernes para celebrar desenfrenadamente la fiesta carnavalera. Diez días de diversión, ahora más que nunca para olvidar esta crisis económica que nos fustiga, pero que también tienen que tener su punto de orden y concierto, porque al final la luz del sol sale para todos, para los más inveterados carnavaleros y para quienes no les gusta tanto el trajín de esta fiesta tan tradicional.

Lo cierto es que ya se han producido las primeras quejas de los ciudadanos por el aspecto que presentaba el pasado domingo la calle Rambla de Pulido. La verdad es que el panorama era de lo más desalentador. Toda la vía parecía haberse convertido en un vertedero improvisado en el que campaban a sus anchas botellas y vasos tanto de plástico como de cristal, papeles, diversos envases de comida, vomitonas. ¿Cuánto dinero se gasta el Cabildo de Tenerife en mantener adecentado el césped del tranvía para que luego aparezca con un aspecto tan lamentable? Estamos de acuerdo que, cuando salen decenas de miles de personas a una fiesta de esta índole, lo normal es que se ensucien algo las calles, pero una cosa es la suciedad normal del paso de la gente y otra bien distinta es la hediondada que queda tras cada sesión.

Otro aspecto que tampoco convence a los vecinos capitalinos es la 'protección' de determinados edificios para evitar que acaben rociados de orín. Nadie niega que hay que preservar nuestros bienes más preciados y que una obra como la realizada por Herzog y De Meuron en la plaza de España requiere un mínimo de vigilancia, dado que siempre hay desertores del arado capaces de cargarse lo primero que encuentren a su paso, pero lo que no se entiende es por qué sí se acordonan con vallas (e incluso doble valla) recintos como el Cabildo, Hacienda, los edificios múltiples, pero las viviendas particulares y bloques quedan al amparo de la buena de Dios.

Si el Ayuntamiento, por ejemplo, habitase muchos más urinarios químicos, posiblemente se reducirían las ganas de ponerse a miccionar contra un muro. Asimismo, también cabría la posibilidad de multar a los infractores, pero en las circunstancias actuales, parece que se dé rienda suelta a poder hacer las necesidades fisiológicas más básicas en la primera esquina no vallada o, incluso en el primer portal que uno encuentre abierto. Desde luego, este es un problema que deberá afrontar el Consistorio santacrucero. Si logró llegar a un consenso con los vecinos de la zona centro respecto a cierta permisividad con los decibelios de los quioscos y carrozas, tampoco puede ser muy difícil poner un cierto orden para que Santa Cruz de Tenerife no sea diez días al año (el tiempo que dura el Carnaval en la calle) una ciudad que despierte a sus ciudadanos con frangancias que no se asemejan, precisamente, a Chanel número 5.

1 comentario

Lewis Rogers -

El asunto del Carnaval es precisamente ése, que no tiene precio, que todo el mundo se disfraza, en muchos casos, para no ser descubierto y hace todo lo que no se podría hacer en el resto del año. Es aprovechar la ocasión para cambiar de identidad... una que no está en el DNI. Y a veces, muchas, se paga... por el resto.