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Desde mi escaño

Menores descontrolados

Menores descontrolados

La educación de los menores, que no la enseñanza, es una cuestión que, lamentablemente, se ha ido dejando de lado por parte de los padres para que sean los maestros quienes tengan la doble misión no sólo de darle los conocimientos académicos a los alumnos, sino también proporcionarles un marco de comportamiento para sobrevivir en la sociedad. El resultado, como se pueden imaginar, arroja un panorama desalentador en la que los niños tienen el mando y hacen y deshacen a su antojo. Ya saben, ahora un pibe menor de 18 años es poco menos que intocable. Es consciente de que le ampara la perversa ley del menor y puede andar a sus anchas cometiendo todas las tropelías que pasen por su mente. Total, con la excusa de que no tiene la mayoría de edad, haga lo que haga podrá salir libremente en pocos años del reformatorio o centro de reeducación al que le toque asistir.

El hecho es que la violación de dos jóvenes en Córdoba y Huelva, ambas cometidas por menores de edad, reabre el debate sobre la idoneidad de reformar la Ley del Menor. El Partido Popular ya ha salido a la palestra pidiendo cambios de profundidad en el marco normativo, pero los socialistas, en la voz de la planetaria y cosmopolita Leire Pajín, han replicado que no hay que cambiar una legislación por dos casos concretos. No, claro que no hay que modificarla, es que habría que derogarla por completo y crear una normativa nueva en la que no se dé tanta manga ancha a unos mocosos que, seamos sinceros, se conocen al dedillo todos los vericuetos que existen en la ley actual.

Lo que no es de recibo es que los padres se hayan quedado relegados a meras figuras decorativas que no pueden tocar ni un solo pelo a su hijo. Por supuesto, no se trata de alentar el maltrato infantil, sino de reprimir con el clásico azote una conducta que empiece a resultar descontrolada. Son muchas las generaciones las que han pasado y hemos pasado por ese pequeño cachete y no creo que por ello estemos traumatizados ni precisemos a día de hoy asistencia psicológica.

Desgraciadamente, en España siempre nos hemos fijado en modelos educativos de otros países y que han resultado un fiasco. Hace más de dos décadas se llevaban las manos a la cabeza en Suecia ante casos en los que el menor podría denuncias a sus padres por propinarle un azote. Pues bien, ese sistema es el que tenemos implantado de facto ahora en nuestro país. Fíjenese esa madre que tuvo que soportar un zapatillazo por parte de su hijo y encima tuvo que perder temporalmente la custodia al darle a éste un coscorrón. ¿Ustedes consideran que es normal este disparate?

Desde luego, algo habrá que hacer al respecto, pero de seguir así, con unos menores cada vez más envalentonados, nada más tener al bebé habría que remitírselo por vía urgente a la autoridad competente y que sea ésta quien encauce desde el inicio a ese hijo. De acuerdo que antes de llegar a propinarle un cachete a un niño de cuatro o cinco años hay otras vías de 'negociación', pero lo que no puede ser es que algunos educadores que van por la vida de modernos hablen y no paren de que al niño hay que intentar satisfacerle todos los caprichos para que no quede traumatizado. Así es imposible educar a nadie en unos valores ni tampoco se le podrá inculcar la cultura del esfuerzo. En definitiva, con esas técnicas modernas estaremos hablando en poco tiempo de una sociedad en la que abundan los fracasados (aunque en los primeros años de su vida todo sea de fábula al conseguir a golpe de berrinche todo lo que se proponen).

1 comentario

Máximo Medina -

Los niños deben aprender. No nacen con un manual en el que se encuentren todas las situaciones que van a vivir, y por tanto merecen ser orientados. Lo que ocurre es que nos metemos de nuevo en el mundo de los derechos. Al menor hay que decirle qué puede hacer y qué no y hacérselo entender por la vía más pacífica que existe, que es la de la convicción, con argumentos. Ahora bien, cuando el pequeño se sale de lo establecido, algo hay que hacer y es justo lo que la ley no indica. Hay menores en este país que se saben mejor la normativa que algunos abogados y así pasamos de una convivencia normal a otra en la que se terminan por imponer cosas. Y ahí, es donde está lo perverso de la norma, tienen las de ganar los niños. Eso parece absurdo en un principio, pues la autoridad, aunque sea moral, queda requebrajada de un plumazo. ¿Se suponen a un padre que pida a su hijo hacer algo y éste diga que no? ¿Cuál debe ser la reacción del padre? Para no meterse en líos, pasar del asunto y claro entramos en la dinámica actual, familias desunidas donde sus integrantes apenas se conocen. Otro supuesto: dos padres que ambos trabajan, a ver si no cómo pagan todos los costes de un hogar, y los hijos solos y decidiendo, muchas veces, por su cuenta. Si una decisión es mala es obvio que se le haga saber, pues no, porque eso puede ser incluso maleducar. Tanta igualdad y tanta historia y resulta que desde adolescentes ya están cometiendo tropelías, algunas graves, que quedan sin el consiguiente castigo, los responsables son sus progenitores. Los derechos están bien, son avances, pero también comportan obligaciones. No hay primera sin segunda, que decía la canción. En caso contrario, bienvenido sea el caos al seno familiar.