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Desde mi escaño

Una estafa moral que hay que castigar

Una estafa moral que hay que castigar

¿Se imaginan ustedes poder llegar a la puerta de las distintas instituciones, ayuntamientos, cabildos, diputaciones, gobiernos autonómicos o el Ejecutivo estatal, y, sin tener que demostrar nada, acceder a todo tipo de ayudas, un piso de protección oficial y varios miles de euros, así como la concesión de la nacionalidad española y no sé qué otras distinciones? Seguramente, en términos normales, nadie, absolutamente nadie, nos daría ni medio peso y, de postre, nos propinarían una patada en salva sea la parte por cachondos o por caraduras, que de todo hay en la Viña del Señor. Sin embargo, siempre pueden existir disfunciones en nuestro sistema administrativo y la señora Lorena Candelario, ecuatoriana de origen, consiguió burlar los controles de unos y otros hasta que, por supuesto, su avaricia superó los límites de la normalidad y fue pillada en varios renuncios.

 

Supongo que estarán al cabo de la calle que me refiero a esta individua que, después de los atentados del 11 de marzo de 2004, fue mendigando por todas las instituciones, inclusive la Corona, para que se le solucionase su drama existencial, social y económico. Aseguró haberlo perdido todo en la explosión de los trenes y su caso fue tan conmovedor que recibió toda clase de prebendas, con cuantiosas entregas de dinero, una vivienda protegida, la nacionalidad española y diversos honores o condecoraciones. Pero la mujer, presa de una ambición desmedida, iba haciendo una ronda por todos los medios de comunicación para que España supiera que estaba viviendo en un estado de abandono, que su situación era límite y así recibir más y más euros a su cuenta corriente, aprovechándose de la solidaridad de miles de personas que sintieron empatía por ella. Y todo le fue bien hasta que alguien en la Audiencia Nacional comenzó a investigar por su cuenta y a ver si el nombre de Lorena Candelario salía por algún lado. Y hete aquí que no, que la doña en cuestión nunca había estado en el lugar de los atentados, al menos ni en el día ni en la hora de los hechos.

 

Por supuesto, soy de los que se suman al coro general de indignados y reclama que la Administración le quite a esta persona todo lo que ha conseguido de una manera ilícita, con aviesas prácticas, con triquiñuelas que, a buen seguro, sólo han servido para perjudicar a otras familias que en verdad sí eran merecedoras de la ayuda, pero que igual, al no montar el circo mediático de la señora Candelario, han acabado postergados o recibiendo unas migajas. Y miren, no soy partidario de que se expulse a nadie de España, pero evidentemente en el caso concreto de esta mujer, qué quieren que les diga, debe perder automáticamente su nacionalidad porque la ha conseguido con engaños, con mentiras, siendo una auténtica trápala.

 

Muchos pensaran que España siempre ha sido un lugar ideal para el mito del granuja, de hecho nuestra literatura está llena de ejemplos como Rinconete y Cortadillo o el Lazarillo de Tormes, pero una cosa es la estafa de poca monta y otra bien distinta es jugar con los sentimientos de todo un país, tal y como sucedió con una ciudadana española en los Estados Unidos, que engañó por un tiempo a la Administración yanqui al presentarse como víctima de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ahora la broma pesada y macabra la sufrimos nosotros y, en especial, las verdaderas víctimas. Esperemos respuesta y que esta persona sea embarcada urgentemente desde Madrid a Quito, pero ya.

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