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Desde mi escaño

Beato Juan Pablo II, todo un ejemplo

Beato Juan Pablo II, todo un ejemplo

¿Por qué le ha indignado tanto a la progresía española la beatificación del Papa Juan Pablo II? ¿Tal vez le molestó observar que decenas de miles, cientos de miles y más de un millón de personas abarrotaron la Plaza de San Pedro y aledaños para asistir a la ceremonia religiosa oficiada por Benedicto XVI? ¿Quizá ven estos pijos-progres que no hay manera de conseguir desafecciones de fe católica en España? Lo cierto es que cada vez son más y más los ciudadanos los que se apuntan sin condiciones previas a un movimiento religioso que no exige la fidelidad o el fanatismo de otras creencias, confesiones que, por otra parte, reclaman suicidios masivos en nombre de un pirado llamado Mahoma y todos sus acólitos.

No voy a ocultar que todas las religiones tienen lo suyo y, en el caso del cristianismo y del catolicismo ahí están las denuncias, las demostraciones de curas que, aprovechándose de la sotana y del alzacuellos, han jugado a la pederastia o intentar abusar de mujeres en edad de merecer, aprovechando en determinados casos la falta de tamiz cultural de estas personas o de la creencia radicada en muchos núcleos de que arremeter contra cualquier pastor de la Iglesia era poco menos que una blasfemia, amén de que poner en tela de juicio el comportamiento de un simple seminarista era algo que se escapaba a determinados cerebros más estrechos que un racimo de uvas recién prensado.

Sin embargo, como en todos los órdenes de la vida, hay que saber distinguir el grano de la paja, observar todo con perspectiva, elevarse a la atalaya donde las figuras se pueden distinguir y sólo desde ahí podremos afirmar sin riesgo a equivocarnos que la Iglesia, en términos generales, ha efectuado y desarrolla una labor digna de encomio. Nadie te pide un certificado de fe, nadie te pone un pero a la hora de ir a comulgar, aunque lleves años sin hacerlo. Incluso, por ejemplo, la Santa Sede se muestra indulgente con vivales como José Bono, capaz de confesar a golpe de rosquillas y cuscurros de pan en la pseudoiglesia progresista.

La figura de Juan Pablo II ha sido la viva imagen de una Iglesia volcada en romper las diferencias que separaban no hace muchos años a varios millones de europeos. Lo que jamás conseguirían fanáticos del Corán, la misión eclesiástica ha logrado verdaderos milagros. Desde luego, entre unos religiosos que abogan por el amor fraterno, la reconciliación, el eterno perdón de los pecados y la limpieza de alma y corazón y aquellos turbados con turbante y chilaba que son capaces de provocar la matanza de miles de personas con tal de ‘convertirnos’ a su religión, no tengo duda de que me quedo con la primera opción, aun reconociendo que no soy un asiduo a las misas. Iglesia somos todos, vayamos o no. Con nuestras acciones demostramos del lado que queremos estar y yo, desde luego, me apunto al club de Juan Pablo II, Benedicto XVI y quien le suceda, aunque no estaría de más que ciertas riquezas estuviesen mejor distribuidas.

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