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Desde mi escaño

Negocio líquido

Negocio líquido

¿Quién está ganando con la normativa que impide que los pasajeros lleven líquidos (salvo una cantidad exigua) traídos desde sus casas? Rápidamente, se alega por parte de las autoridades pertinentes (o impertinentes) que esta medida se ha adoptado por seguridad para los viajeros, que no se trata de algo puesto a capricho y que hay un riesgo evidente de que alguien pudiera manipular un simple envase para luego utilizarlo de forma aviesa en el vuelo.

Por supuesto, tratándose de seguridad aérea no voy a hacer de abogado del diablo y ponerme en el lado de permítase todo sin reparar un solo segundo en los daños o en las consecuencias que ello podría conllevar. Sin embargo, quiero traerles una reflexión que a mí no me parece nada fútil y es que, ya que se somete al pasajero a una revisión de equipaje de mano que a veces parece un tercer grado, ¿por qué no se puede, digo yo, comprobar por parte de quienes tienen que controlar la cinta de rayos X si el envase que se trae desde casa con bebida, colonia, champú o pasta dentífrica está sin usar, tal cual viene de la tienda?

Para ponerlo más sencillo y detallado a la vista de determinados burócratas. Si como usuario de cualquier aerolínea a mí me dicen que no puedo llevar como equipaje de mano, pongamos por caso, una botella de agua, una lata de refresco, o un perfume, independientemente de que esos artículos los haya adquirido el mismo día en una tienda fuera del aeropuerto y esté fehacientemente comprobado de que ni siquiera han sido abiertos, ¿por qué luego puedo encontrar esos mismos productos en las tiendas que existen pasado el control de los bultos que no facturamos?

¿Esto es por seguridad o porque hay una connivencia para que los establecimientos que están sitos en la zona de embarque de los aeropuertos hagan su agosto (o diciembre) a costa de los clientes, con precios que a veces llegan a cuatriplicar y quintuplicar el precio normal (sobre todo en aquellos artículos que tienen un menor precio y son muy recurrentes, léase una lata de refresco, que de 50 céntimos te la puedes topar en tiendas o en las máquinas de vending al ‘módico’ precio de dos euros’?

Está muy bien que, por ejemplo, al pasajero se le haga sacar del trolley un pequeño portátil para comprobar que dentro no lleva un sofisticado mecanismo explosivo, pero de la misma manera se puede examinar una botella, una lata o un frasco de perfume. Pero, claro, igual no interesa porque se alegaría que eso retrasaría mucho las operaciones previas al embarque y, obviamente, alguien perdería un negocio que se lleva al año una cantidad importante de dinero, de ahí que desde AENA se esté pensando en vender la gestión de una treintena de tiendas. Al Estado le vendrá bien ese dinero fresco de una tacada y a quien sepa explotarlas, mientras las reglas del juego sean las actuales, podrá hacerse rico en poco tiempo. Y, como siempre, quienes acabarán perdiendo serán los viajeros, a los que les dejan un papel muy claro, paga, aguanta y calla.

 

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