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Desde mi escaño

Canillas: el barrio hecho de la nada

Canillas: el barrio hecho de la nada

Suele decirse que los pueblos que marginan sus recuerdos, su pasado o su historia acaban por perder la esencia que les hace verdaderos. En esta vida no hay nada mejor que echar a veces la vista atrás para saber ver de dónde venimos y valorar todo lo conseguido. La evolución, a Dios gracias, no siempre tiene que ser negativa, pero tampoco podemos apartar de nuestro colectivo imaginario lo que se ha logrado en los últimos años, en las últimas décadas, que lo que disfrutamos a día de hoy es fruto y obra de unos hombres y mujeres que pusieron todo su esfuerzo para que hoy podamos gozar de todas las comodidades.

Por eso, es recomendable que todos aquellos que puedan pasen y vean cómo un barrio como el de Canillas ha evolucionado hasta extremos insospechados, un entorno nacido de la nada, todo dominado por una amplia planicie de campo, allá por los años 50, y que en seis décadas forma parte del tejido urbano de la capital de España, dotado de todas las comodidades que puede tener cualquier ciudadano del centro de la ciudad. Esto es lo que se puede observar en la exposición ‘Canillas, historia de un barrio’, en el centro de la cultura de la calle Carril del Conde 57, una muestra que en principio iba a estar abierta hasta el 1 de junio, pero que se ampliará hasta el 18 de junio de 2014 dada la excelente acogida que ha tenido la misma.

Quizá, para quien no se ha criado en este barrio, cueste mucho entender la emoción que produce ver como lo que hoy es toda la colonia de la Nueva Esperanza no era más que una extensión verde y caminos entrecruzados y hasta una pradera de sueños rotos por un promotor inmobiliario que provocó la zozobra entre miles de familias que habían empeñado sus ahorros en un porvenir luminoso y que a punto estuvo de irse al garete si no llega a ser por, entre otros, la labor de abogados como el señor Jiménez que luchó con todas sus fuerzas para que las viviendas previstas acabaran edificándose.

Quién no ha disfrutado mañanas y tardes en lo que hoy es el Palacio de Hielo jugando en torno al caño de agua que brotaba al final de un terraplén, o los montículos de arena donde jugábamos con las bicicletas a hacer una especie de mountain-bike con el riesgo de rompernos las piernas o los brazos. ¿O quién no recuerda los campos de amapolas, trigo o los rebaños de ovejas que en estas épocas de primavera alegraban un paisaje donde entonces nadie imaginaba que años después estarían ocupado por centros comerciales o atravesados por cuatro líneas de autobuses?

Y el Metro, ese invento que parecía vedado a los vecinos de este barrio porque, después de 1980, cuando se abre la estación de Esperanza, hubo que aguardar casi 20 años a que se prolongase hasta Canillas y poco después que llegase ya a Pinar de Chamartín conectando todo el barrio de Hortaleza y Manoteras. ¡Cuántas manifestaciones reclamando por este transporte, máxime porque a nivel terrestre hubo que soportar una infame camioneta primero y luego una línea 73 que era una lotería siniestra, bien porque llegaba tarde, luego se solía averiar con mucha frecuencia en la cuesta que empezaba en López de Hoyos para alcanzar el canal y el inicio de la Carretera de Canillas!

Canillas, hasta no hace demasiados años, carecía de centro médico cercano, había que desplazarse hasta Vicente Muzas, en Arturo Soria, las ofertas de ocio prácticamente inexistentes, centros comerciales eran una utopía incluso dentro del propio Madrid, salvo El Corte Inglés o Galerías Preciados. En fin, que aunque en este barrio que todos hemos crecido lo hemos hecho muy felices, nuestras estrecheces hemos tenido y por eso, a día de hoy, valoramos con inmensidad todo lo que tenemos y que debemos agradecer a esos hombres y mujeres que lo han hecho posible. Ellos son quienes se merecen nuestro más sincero aplauso, de todo corazón.

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