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Desde mi escaño

Ladrones de tiempo

Ladrones de tiempo

¿Qué puede pasar por la cabeza de una persona para que después de 40 años de intachable trayectoria en una empresa se arriesgue a realizar un pequeño hurto en su lugar de trabajo, le acaben pillando, despidiendo y cuando llega a su casa, presa de la desesperación, coja una cuchilla o un elemento similar y se corte de cuajo las venas porque no veía una salida a una situación límite?

Desgraciadamente, en esta ocasión, no se trata de una pregunta retórica o de recrear un escenario imaginario. No. Esto ha sucedido hace unas pocas semanas en Madrid, se trataba de una persona que llevaba toda su vida laboral vinculado a los supermercados Sánchez Romero y que tras la sustracción de una pequeña parte del género puesto a la venta, acabó siendo echado con cajas destempladas y, producto de una cruzada de cables irreversible, optó por quitarse la vida para, seguramente, no tener que verse forzado a explicarle a su familia, a su mujer y a sus hijos que había sido puesto en la calle como un vulgar ladrón, un Bárcenas cualquiera, pero sin tanto glamour, claro.

Este episodio me ha hecho reflexionar sobre todos los robos que sufre a diario cualquier empresa, ya sea esta pequeña o grande. Y no me refiero tanto a la sustracción de material de oficina, ya sean unos bolígrafos, unos clips, unos folios o una grapadora. No, me refiero a un tesoro intangible, pero que tiene igualmente un valor que no siempre se cuantifica como se debiera. Me refiero al tiempo. Sí, a esa unidad de segundos, minutos y horas que diariamente tenemos que cumplir según viene estipulado en contrato y que no siempre se lleva a rajatabla.

La escena seguro que les suena sin duda alguna. ¿Cuántos de ustedes no han estado en una oficina y siempre se han encontrado con el clásico compañero que está todo el santo día pegado al móvil y con el cigarrillo en un extremo de los labios? Hagan el experimento y calculen cuántas veces sale el gachí (o la gachí). A poco que se lo proponga, seis, siete u ocho veces que, en algunos casos, a razón de tres a cinco minutos por salidita, hacen cerca de 40 minutos. Pero a eso súmenle los clásicos retrasos, los atascos, el metro que se para en cada estación o el autobús que ha tardado en venir. Al final, si ponemos que esa persona ha dejado de currar cerca de hora y media al día, a final de mes puede salir que un trabajador le ha pispado a la compañía algo más de una jornada o, traducido en pasta, 60, 70 u 80 euros de vellón.

Seguramente, el pobre trabajador del supermercado se llevaba en términos cuantitativos menos dinero que el que puede escatimar cualquier empleado de una oficina en tiempo. Sin embargo, como este último no se ve, parece que afecta menos a las empresas. Por eso, sinceramente, no es de extrañar que ya empiecen a existir recomendaciones en muchos lugares de trabajo para establecer o recuperar la famosa máquina de fichar para que, al menos, los carotas que siempre están maquinando como limar tiempo de estancia diaria en su puesto de trabajo tengan que quedar retratados y con unos euros de menos a final de mes. Sería lo justo.

Artículo publicado originalmente en Tenerife Week

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