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Desde mi escaño

Defendamos el pequeño comercio y el mercado tradicional

Defendamos el pequeño comercio y el mercado tradicional

El comercio ha evolucionado en nuestro país de manera estratosférica. La llegada de las grandes superficies a España ha supuesto un hito y, especialmente, un ahorro y un alivio para el sufrido bolsillo de los consumidores. La variedad de ofertas ha provocado que lo que antes valía equis, ahora, en algunos casos, sea la mitad de esa equis. El truco, evidentemente, es comprar masivamente a cambio, también, de que el gran establecimiento se asegure una gran rebaja en el producto y luego poder jugar con los márgenes para elevar algo más el precio final de venta y así todos tan contentos.

Sin embargo, estos mastodónticos establecimientos se han dejado de lado algo esencial, el trato humano, esa atención directa y personalizada. Los grandes hipermercados, por ejemplo, están sustituyendo a marchas forzadas las cajas atendidas por personas por terminales de autoservicio. Es decir, uno llega ahora a la línea de pago y, como en estas gasolineras modernas, uno hace de Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como, con el pequeño gran matiz de que uno se pasa los artículos e introduce la pasta por una ranura. Es todo muy práctico, pero también muy frío.

Por eso resulta muy loable las iniciativas emprendidas desde distintas instituciones para evitar que el pequeño comercio, el mercado tradicional, no sólo perviva, sino darle un empujón para que los consumidores también se vean atraídos a volver a comprar en los mismos. Madrid, una ciudad con muchos establecimientos de estas características, había ido dejando de lado estos entrañables lugares hasta el punto de quedar casi en el olvido, especialmente en los barrios donde al final la presencia masiva de grandes supermercados y hipermercados y la presión fiscal de las propias corporaciones, exigiendo unos precios más que elevados habían provocado su paulatina desaparición o cierre automático.

Y es que aunque quien suscribe es defensor a ultranza de la presencia de grandes superficies y de cadenas de supermercados, también es partidario de la existencia de este pequeño comercio y de los mercados de toda la vida, donde no sólo hay ese trato de confianza con los clientes, sino que además ya conocen los gustos de la clientela y te garantizas que los productos que te venden cuentan con todas las garantías. Porque esa es la diferencia entre el grande y el pequeño. El primero puede permitirse defraudar a un consumidor porque eso no le afecta en el balance de cuentas, pero al segundo le supone no sólo perder ese cliente, sino que la voz se corra por todo el barrio. Por eso debemos luchar por la permanencia del comercio de toda la vida y poder departir unos minutos con Don Pepe o Doña Pepa y no con la voz metálica de la Caja Amiga, que encima esta última se monta ella misma unos embolados de padre y muy señor mío.

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