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Desde mi escaño

Yéremi Vargas y las prisas

Dice el refrán que las prisas son malas consejeras y si no, que se lo digan al ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, quien, en un alarde de notoriedad, precipitación y falta de reflejos adelantó en una entrevista en Radio Nacional que estaba a punto de recibir la confirmación de que unos restos humanos hallados en el sur de Gran Canaria se correspondía que Yéremi, el niño desaparecido hace más de ocho años en Vecindario y del que hasta la fecha no hemos vuelto a tener más noticias. Lamentablemente, el anuncio fue un patinazo monumental de los que hacen afición.

El problema en sí ya no es tanto que no se hayan encontrado los restos de este pequeño, siempre dando por buena la teoría que considera que ese crío ya no está entre nosotros, sino la premura en querer adelantar una información que no estaba confirmada y, tras el error, hacer sufrir nuevamente a la familia de Yéremi. ¿Saben ustedes el dolor de esos padres y su angustia vital cuando, en cierta medida, se avanza el fin de sus pesquisas y, horas después, tienen que volver a la casilla de salida porque el ministro se fue de la lengua? ¿En qué país estamos.

Lo peor del caso es que ya hace unos años, a finales de 2010 si la memoria no me juega una mala pasada, ya tuvimos un caso similar con la otra desaparecida, la joven Sara Morales. Nada se sabía de ella desde el 31 de julio de 2006 y cuatro años y pico después se descubren en una especie de pozo unos restos que, en apariencia, podrían ser los de esta joven. La Delegación del Gobierno quiso colgarse la medalla y dio parte a todos los medios de comunicación con el resultado ya por ustedes conocido, que lo que se encontró en el fondo eran huesos de un ave.

Sinceramente, desconozco cómo va la mecánica policial en estos casos, pero entiendo que lo primero que se debe de aplicar a ciertas investigaciones es el sentido común. Lo que no parece de recibo es adelantarse a unos acontecimientos, avisar a la prensa y que luego, si las suposiciones están alejadas de la realidad, pues culpar al mensajero, es decir, a los medios de comunicación. ¿No hubiese sido más lógico y sencillo haber puesto primero en conocimiento a los padres, llevar esto de manera discreta y ya luego, una vez se haya procedido al reconocimiento de la osamenta, dar parte a quien corresponda?

Me apuesto lo que sea que los policías de base, los que están en el día a día de las operaciones, sí que hubiesen abogado por la prudencia, pero desgraciadamente tienen sobre sí a unos superiores puestos ahí por enchufismo que sólo buscan colgarse la medallita.

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