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Desde mi escaño

La mamarrachada de Halloween

Una mamarrachada supina esto de Halloween. Si los españoles nos empeñásemos simplemente con la mitad del empeño que le ponemos a celebrar fiestas que nos son ajenas a la creación de empleo, tengan por seguro que seríamos un motor mundial a la hora de sacar como churros puestos de trabajo.

Pero no, nuestro espíritu entre latino y mediterráneo con aires caribeños nos hace más propensos a estar buscando qué celebraciones pitan en el mundo para enseguida adoptarlas aquí. Todo lo que sea novelería, nos llama más la atención que a un tonto una tiza. Es nuestra naturaleza, no lo podemos evitar y así ahora hay que aguantar el ir por la calle y soportar a auténtico pazguatos e imbéciles que se esconden tras una marquesina o un contenedor para darte un susto.

Y eso por no hablar ya de la intolerable costumbre de ir por las cosas disfrazados de monstruitos para reclamarte el impuesto revolucionario: o les das caramelos a una caterva de niños (y alguno que ya no lo es tanto) o amenazan con gastarte una broma. Una calabaza les ponía encima de su cabeza, a ver si aprenden a respetar no sólo la intimidad, sino el descanso de los demás.

Y sí, evidentemente, seguramente dentro de cuatro o cinco años no podré evitar que a mi hijo le vistan de mamarracho y que el colegio al que vaya organice actividades para celebrar Halloween, lo cual me seguirá pareciendo una ordinariez suprema, una fiesta a la que no tengo apego alguno y que me parece una forma más de sangrar los presupuestos domésticos para usar un disfraz que luego estará un año cogiendo polvo en el trastero.

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