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Desde mi escaño

Las pintas: politicastros que creen que siguen en la Puerta del Sol

Voy a intentar no aburrirles, entre otras razones porque supongo que ustedes desean encontrar en estas páginas reflexiones ligeras y no auténticas filípicas festivas y dominicales.

Bien, como ustedes saben, hace sólo unos días tuvo lugar en la capital de España, en Madrid, el pleno para constituir las Cortes de cara a su undécima legislatura. El hemiciclo cuenta con varios partidos de nuevo cuño, al menos a nivel nacional, pero en realidad lo que más sorprendió fue que algunos creyeran que estaban yendo al monte a hacer una chuleada y ponerse ciego de garimbas hasta que a más de uno le reviente la vejiga.

De verdad, y no me tengan por clasista, ¿pero de verdad es necesario plantarse en todo un Congreso de los Diputados con esas pintas, con esos pelos, esas rastras y esas vestimentas andrajosas? ¿Había necesidad alguna de ponerse como un quincemero de la Puerta del Sol a hacer el mamarracho? Ya sé que el discurso sencillo y falaz es el de decir que los que van con traje y corbata roban y los que van con pelos grasos y faltos de champú y con chandal son honrados y que no van a tocar un euro. Pero es que si a eso vamos, vayamos todos vestidos de espantapájaros y problema resuelto.

No, el problema va más allá. Esta nueva casta o castuza de politicastros se han creído los reyes del mambo y consideran que hay que rebajarle toda carga de trascendencia a las instituciones. A ellos les encantaría seguir haciendo el ‘perro flauta’ en la plaza pública y por eso su respeto a un Congreso es nulo por completo. Pero han sido elegidos para ser nuestros representantes y como ciudadano exijo que mis políticos, sean de mi ideología o no, vayan adecentados como Dios manda y no como una panda de hipotéticos guarretes.

Pero si es que además es por pura y aplastante lógica. Si mañana yo me presentó en mi curro a trabajar en chanclas, con un pantalón roto, con la camisa sucia y descosida, con barba de cinco días y pelo sucio lo más seguro es que me manden de vuelta para mi casa o que me pongan una cochiquera en vez de estar delante de un ordenador sentado cómodamente en una silla. A eso se le llama respeto, pero me temo que podemitas y otras yerbas no lo entienden ni parece fácil que lo vayan a entender de aquí a que acabe la legislatura.

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