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Desde mi escaño

Los padres de Nadia, unos golfos de mucho cuidado

Debo reconocer que me da mucha envidia Andrés Aberasturi y que sea capaz de sacarse del magín un artículo de arriba a abajo sin colar ni el más mínimo término soez sobre Fernando Blanco y Marga Grau, los padres de Nadia. Sí, resulta sumamente complejo no llamarle de todo a este matrimonio después de la desfachatez perpetrada de ir recaudando fondos en nombre de la enfermedad rara de su hija para, en realidad, enriquecerse hasta el vómito y no pensar en invertir un céntimo en curar a su pequeña. Eso no lo hacen ni las ratas del parque de Ventas.

Que esta pareja no tenía entrañas, era más que deducible a tenor de sus hechos, pero desde que se han destapado las conversaciones tan jugosas sobre teléfonos pinchados, sobre que mándame esto o lo otro por whatsapp, que si vamos a evitar las carreteras principales o que incluso se estuviese preparando un viaje al extranjero para huir como alma que lleva el diablo deja bien a las claras que estos elementos son, como poco, unos golfos de marca mayor.

Insisto, que el delito más grave no es ya que hayan recaudado una millonada con este engaño, sino que hayan pasado olímpicamente de buscarle el tratamiento para Nadia. Ni Houston, ni Francia, ni Afganistán, ni nada de nada. Eso sí, a la niña la privaron de ir al colegio porque, claro, evidentemente, había que atar la trola de los viajes a los especialistas, pero la menor estuvo a buen recaudo en casa mientras muchos pensaban que estos padres estaban devanándose los sesos en curarla. Sí, se devanaron los sesos, pero en timar a mucha gente y, sobre todo, en empeorar el estado de su pequeña. Unos completos despegados (aunque desde luego el cuerpo me pide llamarles dos cositas que serían de juzgado de guardia).

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