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Desde mi escaño

La experiencia del corredor 37718

La experiencia del corredor 37718

Cerca de 50.000 corredores, entre inscritos y un porcentaje importante que se cuela en la fiesta del atletismo del 31 de diciembre, y un ambiente excepcional. Así fue la primera experiencia en la San Silvestre Vallecana, después de casi una década corriendo en un homónima de San Cristóbal de La Laguna. El espíritu el mismo, pero está claro que el marco, el escenario, muy diferente, una carrera más larga, 10 kilómetros, muy cómoda hasta prácticamente el final, menos el tramo del kilómetro 8 al 9, donde una pertinaz cuesta te puede dejar para los restos si no estás física y mentalmente preparado. Dicen que lo importante no es ganar, sino participar y, añado yo, poder terminarla en buenas condiciones. En mi bautismo de fuego madrileño, con el dorsal 37.718, el resultado fue de 59 minutos y sin media agujeta que sufrir, producto también de un circuito bastante cómodo a excepción hecha de ese tramo final y del inicio, donde toca subir la cuesta de Concha Espina.

Evidentemente, cualquier carrera exige una preparación concienzuda, no basta con matarse la última semana, los 15 días previos o un mes, pero no hablo de disputar los primeros puestos, sino el simple hecho de llegar a meta, fresco como una rosa, poder aguantar esos 10.000 metros y una maremágnum de personas a izquierda, derecha, delante y detrás que también requiere un esfuerzo porque, en ocasiones, hasta que no has sobrepasado la Puerta de Alcalá, resulta harto difícil poder llevar tu ritmo sin encontrarte con corredores que te bloquean o incluso ser uno mismo ese estorbo para los que vienen desde atrás y que van a un ritmo más rápido que el tuyo.

Por supuesto, cualquier San Silvestre tiene su particular encanto y no estoy para nada desprestigiando la que casi durante una década he tenido la oportunidad de correr, que es la lagunera, pero es verdad que el espectáculo, el ambiente y todo lo que le rodea a la San Silvestre Vallecana hay que vivirlo in situ, impregnarse de ese espíritu, de esas ganas de finalizar el año corriendo por una ciudad que durante casi 365 días al año está invadida por un agobiante tráfico a motor. El placer de transitar libremente por Serrano, Colón, Puerta de Alcalá, La Castellana, El Prado, Atocha o el populoso barrio de Vallecas es algo que no siempre se puede hacer y creo que cualquier corredor llega después a su casa con esa doble alegría, acabar la carrera y hacerlo por un marco incomparable.

2 comentarios

Máximo Medina -

Velarde, yo de deportes poco, pero siendo usted compraría el número (de su dorsal) para la lotería del Niño, que quien sabe si le daría una alegría.

Lewis Rogers -

En cierta medida que me has sorprendido que no se haya referido a la soledad del corredor de fondo (con sus penurias y glorias al margen), pero es algo obvio al indicar que iba acompañado por un maremagnun de gente por un lado y otro, delante y detrás. Pasar de cinco kilómetros es una gesta para cualquier ser humano (profesionales aparte) y si encima se alcanzan los diez, pues mejor que mejor. ¿Habrá pensado usted el suplicio de un maratón de 42 kilómetros? Quiero suponer que sí. Los límites físicos del ser humano llegan a instancias increíbles.