¡Chiquitos delincuentes!
El otro día, viendo el informativo del mediodía de Antena 3, me quedé horrorizado de las auténticas barrabasadas que los alumnos de cualquier colegio e instituto de nuestra geografía eran capaces de cometer delante de los profesores. Bestialidades tales como hacer una pequeña hoguera dentro del aula, arrojar sillas y pupitres por la ventana, una pareja retozando en pleno suelo de la clase mientras la maestra trataba infructuosamente de impartir su lección. Vamos, que lo menos grave, ya puestos, era el de ese grupo de pseudoestudiantes que se dedicaban a tirar bolas de papel al docente. Todas estas agresiones, físicas y psicológicas, no las ha grabado, precisamente, ninguna autoridad policial o judicial, sino los propios alumnos con sus teléfonos móviles. Pero, me replicará acertadamente usted, si no pueden tener esos aparatos encendidos durante las horas lectivas. Sí, claro que no, pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Teóricamente, lo más sencillo sería poner de patitas en la calle a esos niñatos que incumplen las órdenes más elementales, pero si ya ni los maestros pueden poner autoridad en ese aspecto tan nimio, menos aún podrán parar la cascada de agresiones a las que se ven sometidos a diario. Normal, por tanto, que se produzcan tantas bajas por depresión. Pocas me parecen viendo este percal.
La culpa, no obstante, radica también en algunos padres de familia, muy progresistas ellos, que permiten que sus vástagos se suban a las barbas de cualquier persona, independientemente de la edad o del nivel de autoridad que representen. El profesorado no está, por mucho que así lo piensen algunos, para enseñarle modales al alumno. Esa parte, el saber comportarse adecuadamente, no faltarle el respeto a los maestros, debe venir bien comida y masticada desde el hogar, nunca puede ser el colegio o el instituto una especie de kinder garden donde los docentes tengan que estar constantemente detrás del niño o de la adolescente para evitar que cometa cualquier fechoría. Pero, claro, como no se le educa al menor para que tenga un mínimo de respeto, llega al centro educativo como un animalito y, a las primeras de cambio, se vuelve contra quien sea, el bedel, un compañero y, ya puestos, contra el profesor, el jefe de estudios o el director del propio centro. Es más, tal y como está la ley, no hay adulto que pueda ponerle una mano encima o que trate de darle una colleja. Vamos, como eso suceda, el profesor lo lleva claro. No sólo se expone a un expediente de tomo y lomo, sino que esos padres que no se dedican a encauzar los modales de su monstruoso hijo se personarán en el colegio y pueden darle una paliza de padre y muy señor mío. No, no es ciencia ficción. Esto ya ha pasado y en demasiadas ocasiones, lamentablemente.
Por esta razón, no se ve con malos ojos la posibilidad de que a los maestros se les confiera un papel de autoridad dentro del centro. Es decir, dentro de unos límites razonables, poder manejar a aquellos estudiantes menos dóciles y expulsarlos de la clase o del centro si su actitud fuese contraria a lo que debe ser el desarrollo normal de la asignatura. Desde luego, algo que hay que hacer porque, desde fuera, pudiera verse como unas gamberradas más o menos graves, pero que no tendrán continuidad. Nada más lejos de la realidad. Estoy convencido de que esos mozalbetes que salían en esos vídeos caseros haciendo el cafre serán, el día de mañana, unos delincuentes a los que entonces ya no habrá quien los reforme para la sociedad. Se convertirán en carne de presidio, con entradas y salidas de la cárcel como quien entra y sale del supermercado.
4 comentarios
Máximo Medina -
Ramón de la Rocha -
Saludos,
Ramón
Máximo Medina -
José García -