Petardeo santacrucero
El cumplimiento de determinadas leyes, reglamentos u ordenanzas municipales sigue siendo una excepción en la Muy Noble y Leal Santa Cruz de Tenerife. La capital chicharrera, le pese a quien le pese, se ha convertido en la ciudad por excelencia en la que las normas están, precisamente, para no ser cumplidas. Es más, quienes tienen la obligación de hacerlas respetar y, por tanto, cumplir, se quedan de brazos cruzados o, a lo sumo, te espetan lacónicamente por el teléfono que ellos (la Policía Local) no pueden hacer nada al respecto, que no hay dotación suficiente de efectivos y que no pueden atender todas las demandas al mismo tiempo. Es verdad, como Superman, que tampoco podía ir de aquí y allá, pese a sus superpoderes y megavelocidad. Lo que pasa que en el caso de determinados funcionarios destinados a patrullar encima les falla su forma física y dependen de que el coche o la moto de turno no les deje tirados a mitad de camino.
No sé si muchos de los que me leen residen en el término municipal de Santa Cruz de Tenerife, pero los que tienen que vivir en esta santa ciudad estarán, en el mejor de los casos, hasta el mismísimo gorro de los petardos que explotan los más pequeños de la casa (y bueno, los que son también más granditos). Y no es que se trate de dos deflagraciones aisladas y ya está, nada de eso. Mañana, tarde y noche estos ‘angelitos’ ponen a prueba nuestro tímpano y en cualquier momento nos lo pueden reventar. Y aquí, obviamente, es donde entra a forma parte central del artículo los queridos agentes de la Policía Local de Santa Cruz de Tenerife. Ojo, no tanto los agentes en sí, que seguramente los policías de base, los currantes de turno, quisieran poder resolver cualquier problema que afecta a los ciudadanos, sino los jefazos, comenzando por la cúspide real, la del alcalde, Miguel Zerolo o su eterno concejal de Seguridad, Hilario Rodríguez, que mantienen el plantel con una más que evidente escasez de miembros que salgan por aquí y por allá para velar por la seguridad de todos nosotros y para que se cumplan las ordenanzas.
Y es que, insisto, son bastante las normas básicas que muchas veces se incumplen por parte de nosotros mismos, los ciudadanos, pero ya es el colmo que cuando le das un toque a la comisaría local la contestación sea invariablemente la de que enseguida vamos (y ese enseguida se transforma en más de media hora, pese a tratarse de un aviso en la plaza de Los Sabandeños y estar la comisaría en Tres de Mayo, o sea, a cinco minutos caminando y a menos de uno en moto, por poner un ejemplo) o que no hay efectivos suficientes, que fue la respuesta emitida hace unos días por un solícito agente al preguntarle si estaban o no prohibidos los petardos. Al menos, eso sí, me quedé con la respuesta de que sí, que la venta de estos artefactos está prohibida, al menos a menores de edad, y que su uso también está restringido, pero (y esto les va a sonar) no pueden ir detrás de cada persona porque no hay los suficientes efectivos. Eso sí, vayan ustedes un día de partido al Heliodoro Rodríguez López y encontrarán a un número ingente de policías locales.
Pero ya les digo, no es responsabilizar por entero a los policías que tienen que estar de turno, sino más bien a esos jefes que no saben administrar eficaz y eficientemente los recursos humanos de los que disponen, amén, por supuesto, de que habrá que sancionar a quien proceda cuando se salten las normas establecidas. Vayan ustedes al Puerto de la Cruz o dense un paseo por Arona para comprobar como no se escucha ni un solo petardo. Aquí en la capital, en cambio, hay días en los que parece que estemos inmersos en un conflicto bélico. Y eso sólo pasa por no poner la multa de rigor y por, evidentemente, no patrullar con más frecuencia, al menor por determinados barrios, muchos de ellos a una palma de la comisaría de Tres de Mayo.
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Máximo Medina -
Gabriel Lorenzo -