Peineta deplorable frente a la difamación
José María Aznar, ex presidente del Gobierno de España, tuvo un gesto nada decoroso, más bien bastante burdo, zafio y ordinario, con un grupo de jóvenes que le esperaron a la entrada y salida de una conferencia en Oviedo para insultarle, llamarle asesino y tildarlo, literalmente, de "lameculos de Bush". Sí, la respuesta del líder de las FAES no estuvo a la altura de las circunstancias, entre otras razones porque intentar ponerse al nivel de quienes hacen del insulto y de la infamia su herramienta dialéctica de uso común es poco menos que un ejercicio absurdo y lo único que puede generar es un rechazo por parte de la sociedad. La idea primordial debe ser la de hacer oídos sordos y vista ciega ante quienes no emplean más argumentos que la bronca y la difamación, pero Aznar no ha querido verlo así e hizo la gracieta, no sé si consciente o no de la presencia de los fotógrafos, para regocijo de quienes ahora podrán regodearse durante algún tiempo de ese instante de mala y pésima educación. Por supuesto, podrá replicarme usted, que ha habido otros políticos que han tenido sus momentos de debilidad llamando imbécil o gilipollas integral a Tony Blair (José Bono dixit) o "tonto de los cojones" a los votantes del Partido Popular (frase del alcalde de Getafe y presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias, Pedro Castro). Sí, todas estas salidas de pata de banco son censurables y han merecido una reprobación más o menos considerable, aunque siempre muy matizadas y almibaradas en el partido donde militan estos dos señores, el PSOE. Lo curioso es que, como un resorte, han salido De la Vega o Álvaro Cuesta a hablar de escaso o nulo talante democrático por parte de Aznar, pero ni media sobre la falta de respeto a un ex presidente del Gobierno. El gesto del líder de las FAES fue grotesco, pero también habrá que poner un coto a esos pancarteros que insultan a granel y que, de momento, les está saliendo gratis ese surtido de acusaciones que traspasan los límites de lo moralmente permitido. Y no es por comparar ejemplos ni actitudes, pero acuérdense de lo que le pasó a Zapatero en el desfile del 12 de octubre. No le hizo excesiva gracia que un grupo de ciudadanos estuviese a la espera para abuchearle y que pidiera su dimisión. De hecho, recordémoslo, halló un apoyo en el alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón, hablando de que aquello era un acto institucional y que no había lugar a aquellas manifestaciones. Y sí, nadie niega que igual no era la ocasión, pero también está claro que las presencias de Zapatero a nivel de calle son cada vez más reducidas y en pocos sitios puede la población mostrarle su descontento. En el caso de Aznar, los insultos se han vuelto algo normal, corriente y hasta peligrosamente habitual. Sin embargo, desde la bancada socialista se apela a la libertad de expresión de los ciudadanos y se censura el dedazo peinetero del ex presidente. Perfecto, muy bien por lo segundo, pero en lo primero, qué quieren que les diga, me parece más educado un abucheo o pedir que alguien deje un cargo que llamar asesino y criminal a alguien cuando, que yo sepa, José María Aznar no ha matado a nadie. Pero, desde luego, su peineta sobró y más le valdría cortarse el dedito, metafóricamente hablando, para no rebajarse al nivel de personas que no quieren debate, sino confrontación e intercambio de vulgaridades.
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Máximo Medina -