Sindicalista de los de verdad
La muerte de Marcelino Camacho, fundador de Comisiones Obreras, deja desamparado al sindicalismo español. Posiblemente, se ha marchado la figura más señera de un representante auténtico de los trabajadores, alguien que supo vivir como ellos y luchar por sus derechos. Se podría estar o no de acuerdo con sus postulados, pero al menos en algo todo el mundo está de acuerdo, que era un líder dialogante, capaz de sentarse las veces que hiciera falta en una mesa de negociación e incapaz de traicionar por la espalda a los de su gremio, es decir, a toda la clase obrera.
Actualmente, estamos acostumbrados a ver a representantes sindicales que sólo buscan su propio beneficio, que se pegan la vidorra padre en restaurantes de súper lujo o en cruceros reservados para la beatiful people, como ha quedado acreditado con los indecentes señores Candido Méndez y Fernández Toxo. El sindicalismo de antaño, quizá hasta el de hace dos décadas, era verdadero, noble, leal, duro, áspero, pero sin plegarse al poder establecido como se está viendo en la actualidad con dos centrales históricas como UGT y CC.OO, pero que en nada se parecen a la ideología con la que fueron concebidas.
Nadie niega que en tiempos de crisis todos tengamos que arrimar el hombro, que haya que realizar ciertas concesiones, que el empresario, en líneas generales (salvo engendros como Gerardo Díaz Ferrán, a nivel nacional, o Fernando Peña Suárez, a escala más local) también sufre lo indecible por mantener abierta una empresa, poder pagar la nómina de sus empleados y mantenerse al corriente de pagos con la Seguridad Social y Hacienda. Por supuesto, no es que esté animando a la bajada generalizada de sueldos, y menos aún con carácter perpetuo (porque los hay que les das la mano y se cogen la anatomía entera), pero también hay que llegar a un pacto expreso en el que tanto dueño como trabajador acuerden ligeros retoques al alza o a la baja en función de la situación del momento.
Lo que sucede es que ya no tenemos a esa clase de dirigentes sindicales, al menos en un estrato nacional. Estoy convencido de que a alguien como Marcelino Camacho se asustaría al ver como se programa una huelga general con seis meses de antelación o como se anuncia otra protesta con casi dos meses de plazo (encima un sábado, cámbate lorito). Los Méndez y Toxo actuales son capaces de meterle una puñalada trapera a más de cinco millones de españoles con tal de seguir en el machito. Nunca estos sindicatos habían disfrutado de unas subvenciones tan cuantiosas y eso, precisamente, es lo que ha provocado la corrupción de la lucha obrera verdadera.
¿Quién se cree ya a un Méndez comiendo a dos carrilos en los restaurantes más prestigiosos de la Villa y Corte o a Toxo cogiendo bronce en la cubierta de un extracarísimo crucero con dos daiquiris a las doce de la mañana? Esa es la gran diferencia con los líderes de antes. Mientras Camacho no se quitaba el jersey de lana y jamás ha renunciado a marcharse de su modesto piso de un Carabanchel obrero, los sucesores se han comportado como verdaderos Robin Hoods, pero al revés que el pepino, robar a los pobres (y también a los ricos) para mamárselo ellos mismos.
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Máximo Medina -