Regeneración
Si nuestro sistema electoral funcionase como una única circunscripción, ganaría el partido que proponga cuestiones que son de cajón. España no puede permitirse un segundo más seguir con las veleidades de un socialismo que, fíjense ustedes, hasta su futuro más inmediato, Rubalcaba, se duerme en una sesión parlamentaria y le dice al presidente jubilado-en funciones, ZParo, que se va a tomar un café a ver si se despierta. Ese gesto resume sobradamente a lo que se ha dedicado un partido durante casi ocho años, a intentar adormecer a la población, a dejarla atontada como si la hubiesen obligado a ingerir una tortilla de tranquimazines, y ellos, los del PSOE, a hacer y deshacer a sus anchas.
Entiendo que la alternativa al PSOE, simplemente por una cuestión de lógica aplastante, es el PP, pero no por los méritos que haya contraído precisamente Mariano Rajoy, al que le cuesta mucho pronunciarse sobre determinados aspectos o su malévola afición a no hacer declaraciones durante muchos días, tal y como ha quedado constatado en las hemerotecas, videotecas y fonotecas, a pesar de haber asuntos de gran trascendencia para una España que él aspira a gobernar y que sin duda lo hará porque hace ya mucho tiempo que el socialismo no es que esté amortizado, sino amortajado, enterrado y hasta pasado por el crematorio.
Sin embargo, bien haría el líder popular y su equipo de campaña en tomar ideas de formaciones más pequeñas, pero con una voluntad de hierro, que proponen y propugnan cuestiones que son razonables, máxime en la situación de crisis económica en la que nos hallamos. De hecho, esa formación tiene un nombre que responde perfectamente a lo que necesitamos en España, Regeneración, y no es nada revolucionario lo que pide, sino algo normal, de sentido común, hacer que nuestro amado país empiece a desprenderse del lastre de los gastos superfluos que nos han abocado a este marasmo de deudas y de intervención de facto por parte de quienes cortan el bacalao en la Unión Europea, es decir Francia y Alemania.
Tenemos que empezar por erradicar los coches oficiales que, al punto al que habíamos llegado, el ujier de menor rango también lo disfrutaba. Fuera teléfonos móviles de contrato pagados con nuestros impuestos, adelgazar la administración de tal manera que sólo queden los ministerios esenciales, es decir Hacienda, Sanidad, Empleo, Interior, Exterior y Educación. Fusionar Industria con Empleo y hacer lo propio con Cultura en la parcela educativa. Por supuesto, fulminar de raíz tanto secretario y subsecretario de Estado, así como las innumerables direcciones generales. Eso nos llevaría a no necesitar tanto edificio público, es decir, más pasta que nos ahorraríamos.
Después, progresiva recuperación de competencias, en especial en educación y sanidad hasta conseguir que las autonomías acaben siendo un ente innecesario y, por supuesto, apostar por una administración electrónica, acabar con el ejército de millones de funcionarios y dejar únicamente a los que sean precisos que, además, deben cumplir el requisito de haber superado el proceso selectivo o, lo que es lo mismo, prohibir por ley a los eventuales, interinos o a los que se coloca como personal de confianza con suntuosos gastos salariales. Eso se tiene que acabar y, digo yo, tampoco son cuestiones traumáticas, aunque está claro que el poder del anillo (es decir, el del despachito) coloca y mucho. Lo malo es que el coloque se lo pagamos entre todos los ciudadanos y ya está bien de tanto parásito que vive a costa del erario público mientras cinco millones de parados no tienen ni un triste mendrugo que llevarse a la boca.
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Máximo Medina -