Un lustro, cinco meses
Esta semana se ha cumplido el quinto aniversario de la desaparición-secuestro del niño grancanario Yéremi Vargas, una criatura de tan solo siete años y que, a plena luz del día, repito, desapareció o fue raptado por un alma innoble y despiadada que ha sido incapaz, hasta la fecha de hoy, de dar noticia alguna del paradero del chaval. Es evidente, y casi se da por hecho al 100%, que la teoría del secuestro es la más factible, dado que Yéremi, por voluntad propia y más a esa tierna edad de siete años no va a decidir por su cuenta vivir la vida a su aire. Pero lo que desasosiega (y con razón) y a la familia es que haya pasado todo este tiempo y no se hayan tenido noticias del caso, salvo alguna llamada improcedente y de pésimo gusto a la familia del niño, aviesas amenazas telefónicas que, en la mayor parte de los casos sólo eran desalmados con afán de protagonismo.
Ahora, después de un lustro sin saber nada del pequeño y viendo quizá que la investigación ya entraba en un remanso de quietud, los familiares han optado por impulsar las pesquisas tirando, posiblemente, de todos los ahorros de los que disponen para recompensar a quienes puedan aportar datos esclarecedores del paradero del menor. Sé que no es la mejor herramienta, me refiero al ofrecimiento de unas cantidades en metálico por el riesgo que entraña la aparición de aprovechados en busca de parné, pero también es verdad que poca o ninguna luz se veía ya en el negro y oscuro túnel por el que están atravesando unos sufridos y, a la par, valerosísimos padres.
Somos muchos los que confiamos en el feliz final de esta historia, pero lamentablemente hemos tenido en los últimos años demasiados capítulos en la historia negra de España que vienen a despertarnos violentamente de ese sueño de esperanza. Aún quedan por resolver, por ejemplo, las desapariciones de la niña Sara Morales, que hoy ya tendría 20 años, y que también vivía en la isla de Gran Canaria en el momento en que fue vista por última vez.
Y, cómo no, imposible olvidarse del drama que están viviendo los familiares de los niños de Córdoba, de los que se pierde el rastro un 8 de octubre de 2011 en un parque de la ciudad andaluza. Un caso principalmente macabro dado que el padre, el señor José Bretón, o realmente es un hipócrita desvergonzado que está jugando perfectamente al gato y al ratón con la Policía o, dándole el beneficio de la duda, está diciendo la verdad cuando clama y proclama que él pierde a los pequeños de vista, aunque su rostro y sus actitudes den la sensación de que a él poco o nada le importa lo que haya pasado con sus niños. Desde luego, es como para echarse a temblar.
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