Alocada juventud
Un joven fallece tras precipitarse ocho metros por la trampilla de un garaje en el madrileño parque de Fuente del Berro. Así comenzaban el domingo 18 de marzo muchos informativos, sobre todo los de ámbito local, dando la muerte de este adolescente que cayó al vacío por causas que aún se desconocen. Ahora, conjeturo, todo será echarle la culpa al administrador del parking por no tener aquello en condicione o vayan ustedes a saber que entramado jurídico se plantea para que la familia reciba una indemnización. Repito, todo son hipótesis y no sé qué hará o dejarán de hacer los padres del menor, pero lo que está claro es que al final siempre hay que buscar un culpable de lo sucedido.
En España llevamos años, demasiados años diría yo, tolerando la cultura del hago lo que me da la gana, una suerte de permisividad, de complacencia mal entendida con parte de nuestra juventud y que está llegando a límites insospechados, hasta tal punto que los normales, quienes se comportan como Dios manda, tienen que acabar por asumir un silencio sepulcral, callarse ante las atrocidades o acabar enfangado en una pelea tabernaria que asustaría al mismísimo John Wayne.
Todos hemos visto la mala educación de estos jovenzuelos en los autobuses, en el metro, no dejando el sitio a personas mayores o mujeres embarazadas o con su bebé a cuestas, destrozando el mobiliario urbano, dejándonos sordos con sintonías de móvil que más que canciones parecen verdaderos berrido o alaridos. En fin, la relación de barrabasadas de una parte de nuestra juventud es casi ilimitada.
Por eso, el caso de este joven madrileño que estaba con unos amigos en el Parque de la Fuente del Berro es un exponente más de lo que hay hoy en día. Tienen toda la instalación a su entera disposición y la diversión está en ponerse encima de la trampilla de respiración de un garaje. Ahora saldrán los políticamente correctos a decir que, claro, pobre chaval, si aquello no estaba señalizado o no había un prohibido pasar. Claro que no lo había. Es que sólo bastaba comprobar que había una valla de madera que, con un poco de sesera, te disuade de saltar, pero claro, igual tenemos que gastarnos el dinero en contratar al vigilante de la trampilla.
De veras que lamento enormemente el fallecimiento de este joven, pero, aunque resulte duro y cruel, quizá haya sido precisa una muerte así para que empiece a tomarse conciencia de que aquí no todo vale y que ya está bien de gamberrismo y salvajismo, comenzando por el mismísimo botellón, que a fin de cuentas era lo que iban a hacer estos jóvenes
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Máximo Medina -