Armstrong: Tramposo y caradura
El ciclismo profesional en ruta ha sufrido una puñalada mortal. La confesión de Lance Armstrong reconociendo que se dopó durante los siete tours de Francia y dejando, de paso, caer la acusación de que una carrera de estas características no se gana sin ayudas extras dejan a este deporte a los pies de los caballos de cualquier sospecha. ¿Pueden seguir siendo admirados los Indurain, Mercx, Anquetil, Lemond, Hinault, Delgado, Contador o Fignon? ¿Hasta qué punto podemos estar seguros ahora de que sus logros fueron fruto de un denodado sacrificio o de las ventajas que daban los vericuetos ilegales de la medicina deportiva?
El texano, suponemos que bajo un cuantioso y generosísimo cheque, confesó sus pecados a la mítica periodista Oprah Wimfrey en prime time. Dicen que la estrategia buscaba, por un lado, evitarse una condena aún mayor al adelantarse a las acusaciones de facto por parte de las autoridades deportivas y después porque así conseguía poner en el ojo del huracán a otros grandes ciclistas del pelotón de ahora y de antes. Eso es lo que suele hacer el calamar en su huída, echar tinta para intentar emborronarlo todo y que al final todo el mundo quede manchado o con la sospecha de la mácula profesional.
Decía el gran José María García que siempre tuvo la certeza de que algo debe haber de más en la preparación de los ciclistas que en pruebas como el Tour de Francia enganchan etapa tras etapa con un breve descanso de unas horas después de haber ascendido seis grandes puertos, rodar 200 kilómetros y estar más de seis horas sobre el sillín. En plata, destacaba que era bastante cuestionable que con pasta y barritas energéticas se consiguieran esas gestas, pero es verdad que nunca se pudo descubrir nada y también defendía una máxima, que quien fuese incapaz de subir media tachuela, tampoco lo haría aún yendo cargado hasta las trancas de estimulantes o de haberse sometido a complejas operaciones de transfusiones de sangre.
Esperemos que la justicia y los diferentes órganos deportivos hayan tomado buena cuenta de las confesiones de este tramposo texano. Y es que, visto lo visto (y oído lo oído), ya no basta con desposeerle de sus galardones, sino que también habré que pedir que se retrate y devuelva todo lo ganado por mor de sus éxitos. Si queremos que exista limpieza en el deporte, habrá que empezar por dar ejemplo, que aquí se ha fustigado de lo lindo a un Alejandro Valverde o a un Alberto Contador por meros indicios. ¡Qué ciegos han estado en Francia y en la Unión Ciclista Internacional! O se les escapó vivo Armstrong o hubo connivencia para mirar hacia otro lado mientras éste no paraba de romper registro de aquella manera.
1 comentario
María -
Reconocer abiertamente que es un tramposo le cierra las puertas por todas partes.
Debería hacer como Rodrigo Rato, o tantos otros, que hacen trampas o hunden cajas de ahorro, pero lo niegan y por arte de magia les ponen al frente de grandes empresas...
@MMariaSp