El tonto del bote
Hace muchos años, décadas se puede decir, triunfaba en España una película de Lina Morgan titulada La tonta del bote, una comedia tremenda que a todos nos ha hecho reír y que aún lo sigue haciendo. Sin embargo, lo que vivimos el pasado 15 de febrero de 2014 en el campo del Villarreal no nos hace ni pizca de gracia y hace que saquemos nuestra cara más seria ante lo que es un verdadero despropósito. El tonto del bote de El Madrigal pudo provocar una auténtica tragedia con el lanzamiento de un recipiente que contenía gas lacrimógeno y que no sólo obligó a parar el partido entre el cuadro local y el Celta (tal vez lo menos relevante) sino que podía haber creado una situación de pánico cuando los espectadores tuvieron que desalojar a toda prisa el recinto deportivo.
Este episodio no es cuestión baladí. A partir de ahora, los espectadores que vamos a los terrenos de juego, ¿con qué situación nos toparemos? Por lo pronto, ya llevamos muchos años soportando un estricto control en los accesos a los terrenos de juego para revisar que no llevemos objetos contundentes como piedras, pilas, bengalas, palos de bandera e incluso se vigila que no metamos ni latas de refresco y que las botellas de plástico se queden sin el tapón. Hasta ese punto, todos estamos de acuerdo en que la seguridad ese esencial, que entendemos que haya que pasar por ese sacrificio a cambio de que se detecte previamente a los vándalos de turno.
Sin embargo, nuestra comprensión se nos escapa como arena entre las manos cuando observamos incidentes como el del sábado en Villarreal, el mecherazo a Cristiano Ronaldo en el Vicente Calderón o las agresiones que algunos clubes siguen permitiendo en cierta medida con unos ultras que campan a sus anchas y que imponen un régimen de terror en los estadios. Por ejemplo, ¿alguien se ha parado a pensar lo que nos cuesta escoltar a los hinchas más radicales hasta los estadios? Aquí en Madrid solemos tener que soportar el gasto policial cuando los hinchas más radicales del Atlético de Madrid visitan el Bernabéu o cuando los Ultra Sur van al estadio del Manzanares. Aquí, al final, tienen más prebendas los malos que quienes cumplimos las normas. Así de surrealista se escribe la historia.
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