¡Mira quién hace el ridículo!
Podrá gustar o no, pero lo cierto es que Telecinco se las ingenia para sacar audiencia de los programas más huecos y superficiales de la televisión que se hace en España. Da lo mismo que se trate de estar diariamente durante cuatro horas charlataneando sobre las más diversas naderías, que se construyan dramas sobre la base de cuestiones tan banales como el contenido del bolso de una tertuliana o sobre si se crean tensiones de amenazar con salir pitando del plató porque a la presentadora de turno se le ha agotado la paz y se le ha ido la empanadilla mental y se ha dedicado a regar de agua a una contertulia. Nada importa, nada cansa al incansable público de Sálvame, que ahí estará perdiendo su valiosa vida observando la artificialidad de unos argumentos que son menos creíbles que Farruquito u Ortega Cano dando clases de educación vial.
El penúltimo invento de la cadena de Vasile tiene nombre propio y se llama Mira quién salta, que acaba de estrenar segunda temporada y ya lo hace con escándalo, morbo y ganas de sacarle el cuero a todos sus participantes, una nómina compuesta por actores venidos a menos, cronistas, futbolistas más dados a la fiesta fuera del terreno de juego, astrólogos de pacotilla o exmujeres de cantantes, gente que, en prácticamente el 100% de los casos, es desecho de tienta, personas que ya no tenían un hueco en el día a día de la fama y que utilizan un cutre trampolín para tratar de dar el salto hacia una nueva proyección mediática que será tan efímera como las gotas de agua que mojen su espalda.
Sinceramente, Mira quien salta se trata de un programa donde, precisamente, lo que menos interesa son los saltos. Aquí lo que busca el personal es que haya tramas, relaciones a contracorriente, peleas, gritos o desnudos casi integrales. De aquí no va a salir nadie para conformar el equipo nacional de natación para los próximos europeos, mundiales o Juegos Olímpicos. Ya me gustaría decir que estamos más interesados por los canales donde emiten ilustrativos y sesudos documentales, pero somos tan primarios que nos volvemos locos por ver a nuestros semejantes cumplimentando con uno de los instintos primarios más ancestrales, mostrándose ante los demás aunque sea a costa de hacer el más absoluto de los ridículos.
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