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Desde mi escaño

Villavieja del Cerro: un fuera de pista de nuestra clase política

Villavieja del Cerro: un fuera de pista de nuestra clase política

No es de extrañar que España, a lo largo de los últimos años, haya estado sumida en la crisis más brutal que el ser humano haya podido conocer. El derroche, el disparar alegremente con pólvora ajena, el gastar a lo loco sin previsión alguna nos llevó a un caos tremendo y aún existen en nuestro país las huellas de esos despropósitos que, sinceramente, deberían quedar fijados a perpetuidad para que tomemos conciencia de hasta dónde fuimos capaces de llegar con tal de querer ser más que nadie, aun a riesgo de sacrificar las cuestiones más importantes.

El diario El Mundo comenzó el pasado domingo 24 de agosto de 2014 una serie de reportajes que van a incidir en esos malos hábitos que han tenido políticos de uno y otro signo en nuestro país, amantes de obras faraónicas que sólo servían para lucir ego, pero luego, cuando en realidad se tiene que ver cuál es la funcionalidad de la estructura y qué réditos puede dejar a la localidad, entonces todos hacen mutis por el foro. El primer ejemplo de estos disparates nacionales comienza en Villavieja del Cerro, en Valladolid.

En esta pequeña localidad vallisoletana, de apenas un centenar de habitantes, alguien tuvo la ‘gloriosa’ idea de construir una pista de esquí por valor de nada más y nada menos que 12 millones de euros. La cuestión es que este lugar se encuentra casi en medio de la nada, es un secarral de tomo y lomo y, desde luego, parece el último lugar sobre la faz de España al que a uno se le ocurriría ir a probar los esquís. Pero los caprichos de nuestros mandamases son así de retorcidos.

La instalación, a día de hoy, se encuentra sin terminar y ofrece una imagen entre tétrica y surrealista porque nadie entiende cómo se pudo dar la aprobación a un proyecto que no pega ni con cola en este lugar. Es como querer montar un huerto ecológico en plena Antártida o un negocio de calefacciones en el desierto del Gobi. Es evidente que ambos proyectos quedarían condenados al fracaso desde su inicio.

Pero claro, aquí, por estas latitudes, somos diferentes y directamente nos saltamos a la torera algo tan básico y evidente como es el sentido común. Simplemente, aplicando la lógica, nos habríamos ahorrado éste y muchos despropósitos más. El problema es que hablamos de políticos y, salvo excepciones, muchos sólo piensan en sí mismos y en pasar a la posteridad como aquellos faraones del antiguo Egipto.

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