Rivero protagoniza su bochorno más crudo
El presidente de Canarias, Paulino Rivero, no se cansa de hacer el más bochornoso de los ridículos. El nacionalista de El Sauzal no se apea del burro (aunque no sé quién de los dos gana más a barrería) y sigue empeñado, cual Artur Mas, en hacer una consulta sobre las prospecciones petrolíferas. Él, en su cortedad de miras, pensará que si su homólogo catalán puede hacer un referendo para proclamar la independencia de la República Catalana, pues él copia la idea, pero sólo centrada en ese apartado falaz de ¿turismo o prospecciones? Como si ambas cosas fueran incompatibles. Animalico.
Afortunadamente, las torpezas del presidente canario han quedado tan al descubierto, especialmente con la payasada de hace unos días de plantarse en Madrid frente al Congreso de los Diputados como un pancartero más, que ya todos han descubierto quién es este sujeto, un político que no sólo ha llevado a Canarias a la ruina más sobresaliente que ha conocido en años, sino que incluso en su propio partido corrían el riesgo de que lo dejase hemos mucho más que unos zorros y optaron por darle la patada en salva sea la parte para que no vuelva a presentarse como candidato. Pero aún le quedan casi ocho meses para jeringar a gusto desde su poltrona.
Cualquier autoridad en el ámbito económico se ha tenido que llevar las manos a la cabeza ante las patochadas que soltaba por su proverbial boca. El último que ha rebatido con argumentos la propuesta de Paulino Rivero ha sido el economista argentino y residente en España Carlos Rodríguez Braun, quien ha puesto ejemplos de lugares donde combinan a la perfección petróleo y turismo, ya sea el Golfo de México o Noruega, por poner solamente dos casos paradigmáticos.
El problema de Paulino, seamos sinceros, no se llama prospecciones petrolíferas, ni Repsol, se llama José Manuel Soria López, ministro de Industria y al que tiene metido entre ceja y ceja desde hace mucho tiempo. El odio proverbial que el de El Sauzal profesa al líder del PP canario es tan acusado y tan evidente que hace tiempo que el jefe del Ejecutivo canario optó por salirse de los cauces del juego democrático para intentar conseguir mediante la algarada sus más paupérrimos objetivos. El problema es que el pato lo pagan Canarias y sus ciudadanos.
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