Al Pequeño Nicolás les acabarán partiendo las piernas
Lo del Pequeño Nicolás ya apunta a cuestión de psiquiatra. Es verdad que al principio a todos nos podía hacer gracia ver a este pintamonas fantaseando con ser hijo del Rey, que si trabajaba para la Casa Real, que si era un agente del CNI, que si estaba al servicio de la vicepresidencia del Gobierno, sus selfies en un coche oficial camino de Ribadeo.
Sin embargo, según le iban desmontando las trolas, el personaje iba perdiendo gracia, frescura y lo peor es que poco a poco se fue creyendo una celebridad, como un loco Napoleón que se creía el amo del mundo, aunque cierto es que la productora Mandarina y Un tiempo nuevo le ayudaron en su chifladura pudiéndose lucir en el prime-time de las noches de los sábados hasta que el juguete dejó de interesar a propios y a extraños.
Este mamarracho sin oficio ni beneficio sabe que su popularidad depende de seguir siendo noticia y como él no es precisamente una celebridad, un deportista de élite o un cerebrito, trata de sacar partido haciendo auténticas gansadas, desde inventarse que llegaba tarde a un juicio porque un tipo le había cerrado en el baño por negarse a hacerse una foto con él a no pagar a sus propios letrados. En fin, una joya este Nicolasete que no sabe ya qué hacer para que los medios de comunicación le hagan caso.
La última perla de este golfo con ínfulas de Al Capone es presentarse con no sé cuántos amigotes, Pechotes incluida, en un restaurante exclusivo de Madrid, Ramses, al lado de la Puerta de Alcalá, y no pagar una parte importante de la cuenta. Eso sí, el muy jeta encima dice que si le quieren ir a buscar, que va a estar con su cuchipandi en una discoteca muy cercana a ese local. Obviamente, los dueños del restaurante llamaron a la policía y allí que se presentaron los agentes y se llevaron a este pollo a las dependencias policiales.
Y esta vez ha habido fortuna, porque quizá otra vez, en el caso de ir a un local donde no sean tan mirados con el estricto cumplimiento de la legalidad, tal vez los dueños no llamen al 091 o al 092, sino que recluten a los gorilas de turno y le acaben partiendo las piernas a este personaje de tres al cuarto, un jeta contemporáneo que cada vez va más de chulo y prepotente. Pero eso tiene fácil cura, con el paso del tiempo o con una buena somanta de palos el día que se cruce con alguien que sea tan o más descastado que él.
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