Videojuego mortal
¿Hacia dónde se encamina esta sociedad? De verdad, ¿alguien cree que tenemos remedio o, directamente, estamos abocados a caernos por el precipicio de la insensibilidad más absoluta y el desprecio por la vida del prójimo?
La noticia del asesinato en Las Palmas de Gran Canaria de la joven universitaria Saray a manos de un joven que subió a su casa porque previamente le había llamado la atención por el ruido que armaba con un videojuego y, al parecer, le hizo perder la partida, nos hace pensar que todos nos vamos por el desagüe, que no tenemos arreglo ni queremos tenerlo.
Que alguien pueda acabar con la vida de otra persona por la simple razón de perder una partida en un juego on line nos pone en la tesitura de pensar que estas nuevas tecnologías nos están haciendo perder el oremus, que igual nuestros jóvenes no están mentalmente preparados para pasarse horas delante de una pantalla y luego saber discernir que la vida no es una pantalla virtual más, que si liquidas a una persona no salen unas letras de ‘Game over’ y vuelves a iniciar la aventura. No es reversible.
Lo peor del caso es que el joven que mató a Saray, un tal Alberto, acabará recluido en un manicomio y, a poco que el tratamiento surta efecto saldrá a la calle en unos pocos años y, con un poco de mala suerte, volverá a cometer otro asesinato similar porque no habrá nadie que le impida acceder a otros juegos y que repita un comportamiento similar cuando algún vecino le reprenda por estar a voz en grito en un bloque de viviendas perturbando el descanso y la paz del resto del vecindario.
Desde luego, ya pueden venir todos los psicólogos y psiquiatras del mundo mundial e interplanetario que, por mucho que quieran explicarme sobre la psique de este facineroso, no podrán justificarme en modo alguno que haya un solo motivo para este cruel asesinato. No puede haber una razón más allá de que ya el individuo nació con una tara mental o que sus padres jamás le explicaron la diferencia que había entre lo que él veía en una pantalla y lo que en realidad pasa alrededor de él, que, efectivamente, puede ser también otra gran pantalla, pero de dimensiones infinitas y en donde determinadas acciones tienen mortales e irreversibles consecuencias.
Sinceramente, uno lo escribe y piensa que es una broma, de mal gusto, pero una broma más propia de un diario satírico. Pero no, ha sido real y justo al lado de nuestra casa, en este paraíso terrenal donde nunca parece suceder nada, pero en cuanto levantas la alfombra tenemos una crónica de sucesos tan sumamente siniestra que haría salivar al mismísimo redactor jefe de El Caso.
Artículo publicado en ABC Canarias
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