El crimen de San Andrés, ¿delito o locura justificada?
La historia ha dado la vuelta al país pese a producirse en el pequeño y coqueto barrio marinero de San Andrés, en Santa Cruz de Tenerife. Se trata del asesinato de un hombre a manos de…¡su propio hermano! José María, la víctima y Tomás, el autor confeso del crimen, han estado en boca de todo el mundo y, por supuesto, las televisiones a nivel nacional no han podido resistir la tentación de escarbar un poco en el morbo, pero también ha servido para ver que no estamos ante un homicidio al uso.
La trama es mucho más compleja y, drama al margen, todo es tan surrealista y tan enrevesado que, como le pasa a una de las vecinas del pequeñito núcleo costero, uno no sabe si sentir pena por el fallecido, alegría, alivio o vaya usted a saber qué tipo de sensaciones pueden aflorar entre quienes han sido testigos directos durante dos décadas de una relación bastante convulsa.
Y es que, desde luego, no vamos a aplaudir desde estas líneas un asesinato, válgame Dios, pero piensen ustedes en una persona como José María que, según todos los habitantes del lugar, era un individuo paranoico, tirano y, sobre todo, un maltratador probado. Su propia madre temía a este vástago que, a la menor ocasión que podía, la emprendía a golpes y a insultos con ella, pero también con su hermano, aunque éste más de una vez le hizo frente, y con vecinos que vivían puerta con puerta a los que arrojaba toda clase de objetos o les rompía cosas, amén de sustraerle todo tipo de enseres.
Hubo denuncias, pero éstas, como muchas otras, acaban durmiendo el sueño de los justos, no se toman en serio y el elemento en cuestión siguió con su particular tortura hacia su madre…hasta que Tomás decidió que ya estaba bien y en el transcurso de la enésima agresión a la progenitora de ambos optó por apuñalarle hasta matarle.
Sin embargo, el pueblo entero se ha echado a la calle pidiendo que dejen libre a Tomás porque lo único que ha hecho ha sido proteger a su madre de un cabestro y de un tipo que tenía atemorizado al barrio. Evidentemente, no deja de ser un crimen, un acto al que, por los antecedentes, parece que se llega ante un estado límite, pero al fin y al cabo es un delito con todas las letras.
Otra cosa diferente es saber por qué durante 20 años se ha tolerado esta situación y por qué cuando se presentaron denuncias por agresiones anteriores no hubo una mayor implicación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado o por qué no se evaluó psicológicamente a la persona asesinada. Quizá hoy podría haber estado haciendo vida normal y nos hubiésemos evitado este (in)justificado crimen.
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