Huelgas electoralistas
Diez jornadas de paros parciales en Metro de Madrid, otras cuatro en Renfe, con especial incidencia en los servicios de Cercanías. ¿No les parece a ustedes una casualidad? Miren ustedes el calendario y fíjense en una fecha, 26 de junio de 2016. ¿Necesitan alguna pista más? Claro, por supuesto amigos lectores, tenemos unas elecciones generales por medio y que mejor que montar un pollo revestido de reivindicaciones laborales al borde de tener que ir al colegio a depositar la papeleta de turno. Casualidad, mera casualidad ¿o no?
Uno, que ya está versado en muchas elecciones, sabe que determinados conflictos que estallan al socaire de una convocatoria con las urnas no surgen por chiripa o por generación espontánea como las esporas. Esto está perfectamente ligado a un plan preconcebido para tratar de sacar algún tipo de rédito electoral. ¿Que gobierna el PP en la Comunidad de Madrid? Pues nada mejor que preparar una gorda para cabrear a todo hijo de vecino y que tenga que buscarse alternativas para llegar a su puesto de trabajo o a la universidad. Por supuesto, ya se encargarán los sindicatos de reventar los servicios mínimos y de colar a perfectos especialistas en los vagones en tirar del mando de emergencia para detener un convoy en mitad de un túnel, algo que ya sucedió en la bestial huelga de junio de 2010, aunque, evidentemente, nadie de los sindicatos convocantes dijo tener responsabilidad en la acción, faltaría plus. Pero ya se sabe, piensa mal…
No voy a meterme con las reinvindicaciones salariales de los maquinistas de Renfe porque desconozco si tienen los privilegios de los que gozan sus compañeros de Metro de Madrid, pero evidentemente han tenido mucho tiempo para pensarse su reivindicación y curiosamente viene a producirse ahora. No un mes antes ni quince días después del 26-J.
Pero también hay que advertirles severamente a estos caballeretes que por mucho ruido que hagan, el personal ya empieza a estar vacunado contra estas huelgas de oportunidad, contra este oportunismo electoralista revestido de reivindicaciones laborales que, ya demostrado con los empleados de Metro de Madrid, no son más que peticiones tan imposibles como exigir la luna o poder disponer de un cohete para viajar a Saturno.
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