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Desde mi escaño

El rastro es de todos

El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife tiene una papa caliente entre sus manos, que es la de encontrar una solución a las más de 1.200 familias que semanalmente acuden a poner sus puestos en el Rastro capitalino. Una sentencia obliga al Consistorio a que el tenderete se levante de esa zona porque la normativa municipal marca que determinados negocios, como éste, han de situarse a una distancia mínima para preservar el descanso de los ciudadanos y facilitar el paso de los vecinos.

Lo cierto es que la actual ubicación del mercadillo se remonta a unos tres lustros, una zona prácticamente desierta de viviendas, con lo que entonces no se incordiaba a nadie. Evidentemente, la ciudad ha ido creciendo, expandiéndose por donde buenamente ha podido y este entorno, obviamente, no se ha quedado al margen. Sin embargo, hay que consensuar una solución que beneficie a todos. La actividad de estos comerciantes no es nueva, tiene muchos años de historia tras de sí y no se puede borrar de golpe y plumazo.

A día de hoy, viendo la disposición urbanística de Santa Cruz de Tenerife, no hay lugares a bote pronto que puedan albergar la ingente cantidad de personas y puestos que hay en el rastro actual, amén de los miles de visitantes que acuden cada domingo. Una salida digna podría ser la de habilitar la zona de los aparcamientos del parque marítimo y parte de la avenida para situar el mercadillo. No es una zona excesivamente habitada y generaría menos problemas. Otro aspecto es ver si cabrían todos los comerciantes y también analizar que impacto puede tener en determinadas fechas, como diciembre, con todas las grandes superficies abiertas y donde son decenas de miles de ciudadanos en busca de una preciada plaza de aparcamiento a coste cero (salvo el euro de rigor que hay que darle al gorrilla).

Desde luego, la medida no es sencilla de adoptar, pero mientras se encuentra una solución que satisfaga a todas las partes en litigio, tampoco entiendo que sea una molestia mayor que el rastro permanezca en su actual enclave unas semanas más. Mucho más molesto (y hasta oloroso) son los carnavales en la calle y siempre se han buscado argucias legales para seguir armando todo el ruido del mundo (a pesar de una sensible bajada de los decibelios).

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