La crisis del turismo en Canarias
Los datos han confirmado lo que nadie quería que se produjera. El turismo, pieza esencial e indispensable en el devenir económico de Canarias, está empezando a sufrir una recesión tremenda y, por desgracia, sólo es el inicio de una larga travesía en el desierto que habrá de combatirse con la mayor originalidad posible en las propuestas que se realicen en origen a los potenciales clientes. Estamos de acuerdo en que la crisis que existe a nivel mundial afecta, como no podía ser de otra manera, a las pretensiones de millones de personas de planificar un viaje largo y a un destino de calidad y que, a ser posible, ofrezca también un servicio diferenciado, que compense el precio que se vaya a invertir en ese paquete de ocio. Lo cierto es que el Archipiélago ha tenido que competir en los últimos años con una serie de lugares emergentes como Marruecos o Túnez que le han quitado parte del mercado que siempre elegía las Islas como punto de descanso para una o dos semanas. Estamos hablando de zonas con unas condiciones climatológicas similares, pero con unos precios mucho más competitivos, es decir, más barato que lo que se estaba ofertando al turista aquí por el mismo servicio.
Las cabezas pensantes del turismo autonómico e insular se pusieron manos a la obra para ver cómo se podía hacer frente a esta nueva competencia. Entonces comenzaron a surgir términos grandilocuentes como la moratoria o la calidad. Sí, evidentemente, no se podía seguir construyendo, al menos en determinadas islas, más hoteles. Llegó un momento en que la oferta superaba a la demanda y eso, a medio plazo, implica tener que bajar las tarifas para atraer a los clientes a tu recinto, pero claro, una reducción económica de la estancia también tenía que llevar implícito recortes en otros capítulos, con lo que al final se lograba la cuadratura del círculo, que era ni más ni menos que ir en detrimento de la calidad del servicio que se le daba a los visitantes. Total, que si al final la atención que se les prestaba a estos turistas venía siendo la misma que la de destinos como el marroquí o el tunecino, pero en estos, incluso, a un precio aún menor, la ecuación estaba más que clara, menos personas elegirían Canarias para pasar sus vacaciones.
Desde luego, en estos años algo se ha hecho en pos de lograr esa calidad, pero no lo suficiente, sobre todo porque si bien es cierto que se ha cumplido con ese precepto de no seguir incrementando las camas turísticas, lo cierto es que las que existen en la actualidad necesitan, en muchos casos, de una renovación urgente. Enclaves como el Puerto de la Cruz, destino señero por antonomasia hasta bien entrados los años 90, sufre en la actualidad la incompetencia de toda la clase política, comenzando por la local hasta llegar a las cotas regionales, puesto que ha permitido que muchos de sus establecimientos hoteleros comiecen a padecer un progresivo y rápido envejecimiento. Dicho finamente, algún enclave alojativo tiene toda la pinta de haber recibido la última mano de pintura cuando el Generalísimo hizo la comunión con su gorrita de marinero. Así, desde luego, es normal que huya el turismo, aunque se saquen paquetes turísticos muy atractivos y a un precio espectacularmente barato.
Estamos a tiempo de revertir esta situación y de que el Archipiélago se ponga las pilas. El dato de ocupación global que prevén los hoteleros a final de 2009 no alcanza, siquiera, el 55%, una cifra exigua, ridícula a todas luces para lo que ha sido Canarias en materia turística. Habrá que ver qué estrategias han funcionado y cuáles han sido un fracaso, especialmente en materia de promoción. Posiblemente, una de las iniciativas con más gasto y peores resultados ha sido, sin duda, la de los Estadios de la Felicidad, aunque evidentemente en ocasiones anteriores se han lanzado al aire otras campañas que tampoco han tenido los resultados deseados, seguramente porque eso del turismo exclusivo de sol y playa ya no se lleva. Pregunten en La Gomera cuál ha sido el nivel de ocupación en la pasada Semana Santa. Quizá haya que mirar también hacia nuestras riquezas del interior.
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Máximo Medina -