Tenemos que volcarnos con Haití
La Naturaleza ha vuelto a golpear con especial virulencia en una de las naciones más pobres de nuestro planeta, Haití. Ha bastado un terremoto de cierta intensidad, algo más de siete puntos en la Escala Ritcher, para que más de 100.000 personas hayan muerto, aún exista un número indeterminado de desaparecidas, así como aquellas que se han quedado sin nada y que ven con desesperación que tendrán que empezar de cero. Al menos, mientras hayan podido comprobar que sus familiares y seres queridos están bien, siempre lo económico, lo material, se puede reponer con mayor facilidad. Las pérdidas humanas, irremediablemente, no hay que las devuelva a la vida.
Lo cierto es que la solidaridad de los países del llamado Primer Mundo se ha hecho notar desde que se tuvo constancia de las primeras noticias de esta tragedia que tantas vidas se ha llevado por delante y en tan solo cuestión de minutos. Sólo hay que ver la ínfima calidad de determinadas construcciones, así como del hacinamiento de muchas viviendas para entender que era casi un milagro esperar otra cosa. Por desgracia, y Haití no es el primer caso, siempre los países más pobres están expuestos a esta clase de situaciones y es ahora únicamente cuando todos nos ponemos como cosacos a intentar colaborar para que la situación de normalidad llegue a Haití o a cualquier otra nación en la mayor brevedad posible.
Sin embargo, cuestiono yo, ¿no sería mejor que todas estas ayudas que ahora tienen que darse para la reconstrucción de todo un país se concediesen a priori, es decir, tratando de poder mejorar las condiciones en las que viven la gran mayoría de los habitantes haitianos, aunque luego hubiera que reformar los daños causados por el terremoto? Evidentemente, estamos hablando de una zona relativamente propicia a la hora de hablar de generación de seísmos, pero no lo es menos Japón y allí, a pesar de tener temblores de una magnitud similar, los avances arquitectónicos han dado con la clave para evitar los daños mayores. Digo yo que esas mismas técnicas deberían implantarse en esos otros lugares con riesgo de terremotos y así, al menos, evitar los daños materiales y, lo más importante, que se produzcan muchas pérdidas humanas.
Pero bueno, imagino que el espíritu solidario nos durará lo que un caramelo a la puerta de un colegio y luego, inevitablemente, nos olvidaremos de Haití, al igual que ha pasado con otras grandes catástrofes. Eso sí, a veces también no es una cuestión de egoísmo personal o de frialdad ante los hechos, pero es que también tenemos que se conscientes de que algunos se aprovechan de los males ajenos para intentar sacar tajada en su propio beneficio. Sinceramente, aunque yo daré lo que buenamente pueda para echar una mano, poner ese pequeño granito de arena, no dejo de pensar si realmente el dinero que aportamos llega en verdad a las manos y a las bocas que lo necesitan.
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Máximo Medina -
Miguel Torrentó -