La mordaza de Rojas
Tenía yo por seria, responsable y trabajadora a la señora Inés Rojas, consejera de Bienestar Social, Vivienda y no sé qué más apellidos que tiene la susodicha área a su cargo. Sin embargo, el mito se me ha caído por los suelos cuando observo, leo, escucho y veo unas declaraciones suyas, tras el minuto de silencio por la última víctima de la violencia de género en el Archipiélago, en las que sopesa que igual la información que está llegando a los medios de comunicación o, mejor dicho, la forma que tenemos de interpretar, de colocar estas noticias, pueden llevar a un efecto imitación bastante pernicioso. Para ella, sería conveniente una atenuación de los hechos y más aún de las cifras. Muy bien, señora Rojas, fantástico. Eso es una ley mordaza con todas las consecuencias.
Tengo casi por seguro que la consejera (o quien le asesoró) se fijó en una propuesta, afortunadamente caída en saco rato, de uno de estos progresistas de trampa y cartón que abogaban por la no publicación en prensa de los atentados terroristas, hubiera o no muertos, porque así ETA, al no ver reflejadas sus acciones en los medios informativos, desistiría de seguir matando. Es decir, llevándolo al terreno de las mujeres que son víctimas de la violencia de género, a la señora Rojas se le enciende la bombilla y piensa que igual las parejas de estas féminas tampoco proseguirán con sus ataques físicos y psíquicos.
Pero la medida que plantea y sugiere la responsable de Bienestar Social encierra varios peligros evidentes. Y no me refiero ya al de cercenar un derecho constitucional como el de la libertad de información, sino que se le da manga ancha al maltratador. Podemos encontrarnos en la tesitura de que un hombre, de aparente buena educación, con quien nos topamos diariamente en el ascensor, en el trabajo o en la guagua, es, en la intimidad, un agresor del diez, que tiene atemorizada a su esposa. Sí, tal vez cuente ya con una orden de alejamiento, pero sólo lo saben el juez, la fiscal, los dos policías encargados de la vigilancia, el presunto maltratador y la propia víctima. Pero el autor de los delitos se ahorra el oprobio de tener que pasar vergüenza ante su entorno social porque, directamente, se desconocerían los hechos.
Y ojo, que por supuesto también soy muy sensible al fenómeno de las denuncias falsas (uno mismo tuvo que pasar por ese trago de comparecer en un juzgado hasta que se demostró punto por punto la falsedad de los hechos) y no se puede señalar libremente con el dedo porque luego suceden episodios como el de Diego Fajardo y cuando todos metemos la pata emitiendo un juicio a priori luego nadie sabe cómo pedir disculpas al afectado.
Por tanto, señora consejera, sensibilidad informativa, toda la que desee, desposeer de morbo a estas informaciones, lo suscribo, pero no podemos dejar de dar la muerte de una mujer porque considere que esto genera un efecto imitación. Nada más lejos de la realidad. Esto produciría desinformación y un salvoconducto para el maltratador. Lo que usted, en coordinación con las otras comunidades y el Estado, debe hacer es articular medidas para proteger a las víctimas, no lamentar únicamente la pérdida de una nueva vida.
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Máximo Medina -