Dos años después
Hace dos años, aproximadamente, algunos compañeros que tenía en La Gaceta de Canarias obsequiaban a la gerente de la empresa cada vez que entraba o salía de su despacho, Elena Rodríguez Darias, con dos bandas sonoras, 'Había una vez un circo' y 'La gallina turuleta'. Y el tiempo les ha venido a dar la razón porque el show continúa. Lo que pasa es que la payasada está yendo muy lejos y le está costando un sufrimiento económico a muchos de los trabajadores que llevan esos más de 720 días sin ver un solo euro. Gente que ha tenido que recurrir a la ayuda familiar para pagar una hipoteca, el colegio de los niños, poder comprar aunque fuera la marca blanca del súper del barrio.
Pero claro, ¿quién es Elena Darias? Pues en realidad, una don nadie, alguien sin la preparación suficiente como para llevar la empresa, al igual que quien estaba en la cúpula, Fernando Peña Suárez. Y mira que no será porque no se lo advirtieron los más viejos del lugar, personas con experiencia suficiente como para saber qué hacía falta para sacar la empresa adelante. Pero no. Se empeñaron en sobredimensionar la plantilla, en poner sueldos galácticos y crear disensiones por las diferencias salariales entre trabajadores que, siendo jefes, cobraban menos que redactores rasos.
Lo cierto es que ayer martes pudimos presenciar en el Juzgado Número 1 de lo Mercantil una muestra de la astracanada en la que se ha convertido todo lo relativo a La Gaceta de Canarias. Dicen que ante un juez no se puede (o no se debe) mentir. Pues falsedades escuché por un tubo, por una y otra parte, porque tampoco se pueden ir de rositas los responsables de El Mundo. Ellos no nos tenían que pagar la nómina, por supuesto, pero quedaba especificado en el contrato que no podía haber deudas con los empleados y en Unedisa estaban al tanto de nuestros problemas mensuales en el pago de los salarios porque, entre otras razones, había fuentes dentro de La Gaceta que les hacían llegar fielmente los días o semanas de retraso que llevábamos en la percepción de la nómina.
Luego, por parte del empresario local, del señor Peña, escucharle decir que era imposible imprimir por sí sola La Gaceta porque no había "impresoras" (sic) era como para miccionar y no echar gota. Se refería a que no le hubiesen dejado sacar su producto en otra rotativa porque, alegaba, que todas pertenecían a una empresa periodística determinada. Falso, más que nada porque en Tenerife se hacía en Tenerife Print, donde también se sacaba el ABC, La Opinión, algunas veces del Diario de Avisos, los deportivos catalanes y en Gran Canaria se hacía en AGA Print, donde se tiraba El País y La Provincia. El problema era que no había dinero. Lisa y llanamente.
Una amiga, la voz de la conciencia la llamo yo, me dice que no escriba de esto, que igual me llevan al juzgado. Pues mira, de verdad, a estas alturas de la película me da lo mismo Juana que la hermana. Si después de todo el disparate que se ha montado en torno al fin y a la destrucción de un periódico que era negocio, importa más lo que escriba o deje de escribir un plumilla del montón como soy yo (e incluso esquirol, busquen ustedes en internet Juan Velarde, 29 de octubre, La Gaceta de Canarias) pues aviados vamos.
Sinceramente. Ni busco protagonismo, ni nada por el estilo. A esa persona en concreto y que, estoy seguro que en breves minutos leerá mi artículo, sólo quiero decirle algo sencillo. No soy vengativo ni tengo nada personal contra esas personas. Y recalco lo de no tener algo personal contra ellas. En mi vida privada, ni Elena ni Fernando se han metido jamás, pero sí que profesionalmente ha habido un pleito y sólo busco que esto acabe de una vez por todas, donde se pague a cada uno lo que corresponde en buena lid. Ni más, ni menos.
Dicen que el que paga, descansa y quien reconoce sus errores, más aún. Yo, insisto, metí la pata hace dos años y negar los hechos sería persistir en el error y no quitarme el come come de la cabeza. Por eso, querida amiga, ten por seguro que no soy esa mala persona ni un maltratador psicológico, sino alguien que busca saldar sus deudas con la profesión y conmigo mismo.
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Máximo Medina -