Los 'pecados' de Don Gonzalo
No suelo hacerlo, no es práctica habitual en mí, pero no tengo más remedio que replicar a aquellas personas que, bajo la capa del anonimato, han puesto a caldo pota a un amigo y compañero de profesión. No aguantan el éxito de Gonzalo Castañeda y tiran del manual del insulto, del improperio y del descrédito más rancio para justificar sus argumentos. Me reprochan que desconozco muchas facetas de la trayectoria profesional de este comunicador. Claro, no me jacto de ser su biógrafo ni creo que él me lo haya pedido. ¿Qué me importa lo que haya hecho o dejado de hacer en el 2001 o en el 2005, por ejemplo? Mi relación con él comienza desde hace un año y yo me circunscribo a ese período de tiempo. Guste o no a quienes nos leen y nos escuchan, que visto lo visto deben ser legión.
Anteponen estos anónimos demasiado conocidos (porque encima dejan rastro de las IPs desde dónde mandan sus correos, amén de dar detalles que sólo conocen muy pocas personas) que Gonzalo se quedó un día dormido en una retransmisión o que no llegó a tiempo a un partido de fútbol. Eso debe ser un hecho tan decisivo que ni tan siquiera merece la salvaguardia de la Convención de La Haya. Nada, que lo fusilen a primera hora del día de mañana.
Lo es que gracioso es que esos mismos que tiran toneladas de mierda sobre determinados compañeros, saben también arrojar la misma cantidad de arena para tapar los disparates de sus amigos. Por mi trayectoria de años en diferentes medios de comunicación he conocido mil y una excusas para escaquearse de una dura jornada de trabajo tras una noche de alcohol, sustancias raras y desenfreno. Desde ese compañero al que se le murieron (literal) tres abuelas en menos de un año, al otro que fue capaz de perderse uno de los acontecimientos más importantes porque había vomitado de todos los colores después de recorrerse todos los bares de Santa Cruz y la mitad de los de La Laguna.
Conozco a muchos compañeros que hoy están en puestos importantes y que, como todos, se han corrido sus buenas jaranas y han tenido deslices profesionales un día concreto. ¿Es motivo para dejar de contar con ellos? Pues no y máxime cuando los hechos que le imputan a Gonzalo se refieren a cuando apenas era un imberbe, un adolescente que en vez de perder el tiempo en el Parque de La Granja se dedicaba a aprender un oficio, de periodista, el de comunicador.
Y bueno, ya tanto que saben de la vida y milagros del señor Castañera, estos amigos del insulto y del anonimato barato parecen que olvidan que estamos ante el primer locutor que se puso al frente de las operaciones radiofónicas en Tenerife el día de la riada en la capital, el 31 de marzo de 2002. Fue la primera persona en llegar a Radio El Día y ponerse al habla con el alcalde, con Miguel Zerolo, para que los ciudadanos supieran cuál era el estado de las cosas en aquellos momentos trágicos y llenos de incertidumbre.
Desde luego, como amante de la libertad y de la crítica, es bueno que haya contraste de pareceres, pero es curioso que la gente que tiene algo en contra de otra recurra al manido sistema del anonimato, de no dejar sus datos, de dar, en definitiva, la cara. Gonzalo está tan curado de espanto que le da lo mismo lo que digan de él, pero sí que hay cosas por las que no transige, como nos pasaría al común de los mortales, y quien crea que antepuso el apellido Castañeda al de Duboy porque quería crear confusión con otro Castañera, Juan Carlos, es que no conocen ni media a este comunicador. Posiblemente, todos los males vengan por su espíritu crítico y de querer buscar la verdad de las cosas. Y eso, mi querido amigo, tiene un precio, el de la envidia cochina. Pero, ya sabes, ladran, luego cabalgamos, querido Sancho.
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