Curbelone
Si en este país quieres dártelas de importante, anuncia (o amenaza) que vas a poner una querella. Los programas del corazón incluyen, ineludiblemente, los testimonios de las cuatro pedorras y pedorros de turno con el consabido latiguillo de que “te voy a llevar a los juzgados”. Es más, estos famosillos de la nada presumen de tener un ejército de abogados a su servicio porque, entre otras de las poderosas razones que siempre esgrimen para hacer prevalecer sus argumentos es que señalan indefectiblemente que “este asunto lo están estudiando mis abogados”. Y claro, si cuatro fantasmillas del Sálvame de turno tienen o presumen de tener ese potencial jurídico a su servicio, ni que decir tiene lo que pueden tener personas que llevan años en el mundo de la política y, por supuesto, chupando de la abundante y grandiosa ubre del poder.
Hete aquí como ejemplo, y como no podía ser de otra manera, las artes (malas, claro) de Casimiro Curbelo y su panda de acólitos, con especial relevancia en Antonio Manuel Velázquez que, nuevamente, me amenaza con la querella y que encima amplía en folio y medio más. Estos tipos siguen empeñados en empantanar la vida pública de La Gomera con sus amenazas más o menos veladas a quienes contamos las verdades del barquero. No se permite la libertad de expresión, la discrepancia política en los medios de comunicación. Dicen que en la isla existe una Escuela de Medios, pero ¿qué demontres le van a enseñar a un alumno en ese centro? ¿Deontología? Vamos, es que es de risa. Si es que sólo falta que alguno ya nazca directamente con la manipulación en su ADN.
Me dice el tal Velázquez (empleo el mismo modo con el que él se ha referido a mí, un tal Velarde) que soy un analfabeto y que he pisoteado sus derechos porque, entre otras razones, he revelado su nombre, no sus iniciales, obviando en todo momento la presunción de inocencia. Pero, ¿de qué presunción me habla usted si hay papeles que acreditan todos y cada uno de los hechos que he detallado en la información?
Curbelo, como cacique de honor del territorio colombino, anda a la caza y captura de las webs y de algún periódico que se atrevan a reproducir las informaciones y opiniones contrarias al régimen. La película de los hechos se repite sin variar un ápice. Es subir a la página un contenido contrario al presidente del Cabildo o la labor del Grupo de Gobierno e inmediatamente un emisario-sicario se cuelga del primer teléfono para dar el consabido recadito de o quitas esa noticia o te atienes a las consecuencias. Normalmente, el castigo viene a ser económico porque, papá Cabildo, derrocha el dinero de los ciudadanos en subvenciones para los amigos y para tapar las voces críticas con su régimen dictatorial.
Este caballero (por llamarlo de alguna manera) cuenta con una red pelín costosa, pero eficiente, de culichichis (me niego a llamarlos espías, más que nada porque ni tan siquiera llegan a la categoría de amateurs) que están con la oreja pendiente para ir como correveidiles al despacho presidencial y contar con todo lujo de detalles lo que han oído, visto o leído. Hace no mucho tiempo, en un mitin, un socialista se puso a hablar de políticos corruptos y lo dijo al lado del propio Curbelo. Alguien, con muy bien criterio, espetó que ese político no había estado afortunado a la hora de hablar tan alto de las corruptelas de los demás cuando tenía al lado al ejemplo de lo que no debiera darse en La Gomera, en clara referencia a Curbelo. Pues bien, ese comentario, sin más trascendencia que hacerlo en petit comité, llegó a los oídos del mandatario colombino que le amenazó con no sé cuántas querellas.
Pero el poder del amedrantamiento llega hasta ahí, hasta las querellas. Todos podemos ir mañana al juzgado e interponer una denuncia contra Pepito, Pepita o Rosita y, por supuesto, la suelen admitir a trámite. El problema viene cuando te citan para el juicio y, entonces, la fuerza esgrimida en su momento se demuestra que se ha ido por la boca. Porque imputar es muy fácil en este país y los adláteres de Curbelone siguen esa máxima. Otra cosa es cuando hay que ponerse ante el estrado y empezar a argumentar en medio de una sala frente a un juez togado. Entonces entran los tembleques, ¿verdad que sí, señor Velázquez? Pero no se preocupe, no va a ser el único en rendir cuentas ante su señoría. Esto no es nada más que la punta del iceberg.
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Máximo Medina -