Expediente Aitana
Perdonen el aturdimiento, pero es que aún no consigo salir de mi asombro tras conocer el giro que ha tomado el llamado ‘caso Aitana’, ese macabro suceso que, por una serie de negligencias médicas, acabó con la vida de la menor y empuró inicialmente a su padrastro, Diego Pastrana, al que sólo los informes del forense sacaron del calabozo y sirvieron para limpiar una imagen que, guste o no, siempre quedaría manchada por el peso de una acusación popular y mediática que, es verdad, estaba y estábamos sensibilizados ante una muerte tan cruenta. Acuérdense, por ejemplo, que llegó a valorarse seriamente la hipótesis de que la niña, de tan solo tres años de edad, había sufrido una agresión sexual.
Lo cierto es que todos pensamos que una vez exonerado Diego de toda culpa, el caso derivaría en dos vertientes. Por un lado, la de depurar las responsabilidades médicas pertinentes y, por el otro, la de restituir de algún modo el honor mancillado de este hombre al que, repito, entre todos, señalamos con el dedo acusador, basado nuestro veredicto en un informe de la Benemérita que, finalmente, se demostró endeble y con la aportación, únicamente, de un testimonio médico interesado, una especie de Doctor House de andar por casa que, dicho sea de paso, no sabemos ni quién es, pero sí que supo jugar sus armas para empurar a esta persona que fue declarada finalmente inocente.
Por eso, un año y medio después, me sorprende y me aterra a partes iguales que la resolución de este suceso dé una vuelta tan extraordinaria, un giro sospechosamente radical y que tiene como principal protagonista a Belén, la madre de la pequeña Aitana. Ahora se descuelga con unas declaraciones que habrá que considerar en su justa medida, pero también hay que ver cuál o cuáles son los condicionantes que están detrás de este ¿cambio de versión? Asegura que Diego Pastrana le ha destrozado la vida, pero al mismo tiempo no habla claramente sobre que él fue el autor de la muerte de su hija. Deja caer la sospecha, se refiere a un segundo informe forense, hecho en Madrid y asumido y defendido por el abogado de las causas perdidas, Marcos García Montes, quien inicialmente había estado trabajando conjuntamente con Plácido Peña, letrado que lleva la causa de Pastrana.
¿Qué hay detrás, insisto, para rescatar la sombra de la duda sobre la honorabilidad y la inocencia de Diego Pastrana? ¿Por qué la novia y madre de la niña, Belén, defendió en su momento a este hombre y ahora, año y medio después, arguye que les destrozó la vida? ¿Tiene algo que ver el hecho de no estar conviviendo juntos? ¿Habrá malmetido alguien a esta mujer para que, a cambio de vaya a saber usted el qué, empiece a escupir por esa boca acusaciones que alienten y alimenten el morbo? ¿Volveremos a estar ante una mala praxis médica? Son preguntas para las que, de momento, no tengo respuesta y, desde luego, no salgo del aturdimiento ante este cambio de dirección, sobre todo porque, aparte de la muerte de la niña, las víctimas más directas fueron su madre y el padrastro, que tuvo que pasar por una condena que no se le desea a nadie, máxime siendo inocente, algo que ahora, nos guste o no, vuelve a quedar en entredicho.
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Máximo Medina -