Frialdad humana
¿Qué puede pasar por la mente humana para que alguien, además sin motivo, agarre un machete y degüelle a una persona que simplemente pasaba por ahí, que su único pecado era existir, estar en un lugar determinado, hacer una vida normal, tranquila, sin más preocupaciones, posiblemente, que pensar en que hiciese un buen día para disfrutar de una agradable jornada de playa?
Cualquiera de los que vivimos en Tenerife aún no podemos digerir el suceso en cuestión. Parece sacado de una película, que uno cree que no es real. De hecho, por increíble que parezca, algún testigo no llegó a dar crédito inmediato a lo que veían sus ojos. Vino a suceder lo que, salvando las distancias, aconteció hace una década con los aviones que se estrellaron contra la Torres Gemelas de Nueva York. Nadie pensó en aquel momento que aquello pudiese ser un ataque terrorista. El periodista Alfredo Urdaci relataba que estaba viendo tranquilamente el desarrollo de las noticias de otras cadenas en su despacho cuando se fijó en un monitor y observó el choque. Inicialmente, creyó estar viendo el trailer de una película hasta que a los pocos segundos comprobó que aquello no era ficción. Pues con este suceso en el sur de Tenerife ha acontecido tres cuartas partes de lo mismo.
Lo preocupante del hecho en sí es saber que esta persona, un ciudadano búlgaro de 28 años, estaba en tratamiento psiquiátrico (o lo había estado), amén de tener una serie de antecedentes penales, pero que transitaba a su aire por Los Cristianos. Entiendo que no va a haber un policía por metro cuadrado y que gente a la que le falta en su cabeza no un tornillo, sino la ferretería completa, circula en cantidades industriales por nuestras calles sin dar la nota más de lo necesario, pero claro, ya estamos hablando de un estrato superior en relación a este sujeto al que, ahora, curiosamente, todos los que le conocían de vista daban por hecho que padecía brotes psicóticos. Vamos, un ‘angelito’ el caballero. Y claro, no todo el mundo va por la vida con un machete y menos para decapitar a sus semejantes.
Lamentablemente, ya nada se puede hacer por la vida de esta mujer, una británica de sesenta años, pero sí debe servir este hecho de toque de atención porque igual (y no quiero jugar a ser un morboso Nostradamus) mañana podemos ser usted y yo las víctimas de otro zumbado con ganas de tener sus quince minutos de gloria. Habrá que pedir más rigor a esos tribunales médicos que, por ejemplo, dan carta blanca a que un individuo de esta calaña pueda circular libremente. Eso es lo que realmente me preocupa, no tanto si el nombre de Tenerife está asociado hoy más que ayer a la prensa sensacionalista británica como un templo de la crónica negra que, por increíble que parezca, es lo que más le desasosiega a más de un político y empresario del turismo. Así de bananeros somos a veces.
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Máximo Medina -