Inmunda ratonera
Dicen que las leyes están para ser cumplidas y si no serán los agentes del orden los que nos tendrán que forzar a que no nos salgamos del marco legal establecido. No digo que se suponga, sino que está fehacientemente establecido en las normas de muchas ciudades de España, entre ellas Madrid, que el botellón callejero está terminantemente prohibido, que está castigado para los que los protagonicen y no digo nada si se sorprende a algún menor y se puede comprobar el lugar en el que se le ha vendido el brebaje en cuestión. Pues bien, todo esto se lleva incumpliendo en la capital de España desde hace tres semanas gracias, por un lado, a la pasividad del Ministerio del Interior y por otra a la contemplación del Ayuntamiento de la Villa y Corte o, lo que es lo mismo, los señores Alfredo (¡qué miedo!) Pérez Rubalcaba y Alberto Ruiz Gallardón.
Y es que sólo hubo que echar un vistazo al suplemento madrileño de El Mundo, el M2, para comprobar el espectáculo circense, por denominarlo de alguna manera, que los ciudadanos normales de la capital han de aguantar diariamente, al menos todos aquellos que tengan que transitar forzosamente por la Puerta del Sol y por las zonas adyacentes. A ese tenderete infecto ya hace tiempo que el término payasada se le ha quedado corto. Aquello es de una inmundicia que te echa para atrás, un olor fétido, fecal, sudor mezclado con porro y efluvios de mierda con orín reseco sumado a litros de alcohol. Pero dicen los servicios municipales del Consistorio que aquello está muy bien, que el campamento goza de una salubridad tremenda ¡que te c….! La inmunda buhardilla de doña polilla estaba mucho mejor adecentada.
Pues bien, volviendo a la foto de marras, ahí se puede ver a una joven rastafari que sostiene entre sus manos una rata, sí, pero no un ratoncito chiquitito, como el que tenía Susanita y que comía chocolate y turrón y bolitas de anís, sino un bicharraco que perfectamente podía haber salido de la alcantarilla. A eso súmenle ustedes los chinches, las pulgas, las moscas y otras plagas nada insectívoras que pululan por la Puerta del Sol. Hasta violadores, no del verso, precisamente, que han encontrado su agosto en los albores de junio para trincarse a alguna fémina desposeída de sus sentidos, bien por la escasa ingesta de alimento o bien porque se hayan pasado de la raya.
Lamentablemente, esta es la imagen que se está dando al mundo entero desde Madrid y desde otras ciudades españolas. Y es que estos mangarrianes ya no van a levantar el campamento porque, sencillamente, han comprobado que ni ellos mismos saben por qué están ahí ni qué principios defienden. Ahora, esta es buena, afirman que pretenden lograr de los comerciantes de la Puerta del Sol que se conciencien de la existencia de decenas de poblados chabolistas en Madrid y de esos niños que viven entre ratas.
Como bien remachó el periodista Jiménez Losantos, pero ¿qué culpa tienen los comerciantes de que haya eso núcleos marginales en la capital? Oiga, vaya usted al Ayuntamiento o a casa del alcalde y péguele cuatro voces, pero dejen, con perdón, de estar jodiendo a unos pequeños empresarios que hacen unos esfuerzos increíbles por llegar a fin de mes para mantener no sólo el negocio abierto, sino para poder pagar el salario a sus empleados.
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Máximo Medina -