La Gomera es mucho más
La Gomera es un paraíso para perderse. El paradigma del remanso de paz. La tranquilidad del guerrero, del ejecutivo más estresado. La isla que, como bien resalta Sito Simancas, fue la primera de las ínsulas canarias que creó Dios y que decidió poner sus diez dedos encima de su perfecta redondez porque no le gustaba algo tan plano, de ahí que haya quedado toda una suerte de barrancos de imposible orografía. Y ¿saben lo que hizo el Altísimo con los pedazos que se quedaron en sus dactilares? Los sacudió y formó el resto de la geografía de Las Afortunadas.
La Gomera es naturaleza, paz, relax, sosiego, tranquilidad, cultura, gastronomía, historia, leyenda, tradición, incluso un punto de eclecticismo, de magia, de misterio. La isla de los infinitos rincones, de paisaje ignotos, de fotografías que engañan a la vista humana. Es la hija predilecta del padre Teide, el lugar donde paradójicamente, mejor se ve la montaña más alta de nuestra España. La Gomera es la envidia (sana) de los tinerfeños por eso, porque su sagrado dios montañoso es contemplado mejor que en alta definición desde la colombina.
La Gomera es San Sebastián, Hermigua, Agulo, Vallehermoso, Alajeró, Valle Gran Rey, Lo del Gato, Vegaipala, Ipalán, Tecina, Playa Santiago, Chipude, Alojera, la virgen de Guadalupe, Antoncojo, Garajonay, las chácaras, el almogrote, el mojo, los almendrados; sensaciones visuales, olfativas y gustativas, el desmayo de los sentidos del puro placer que ofrece territorio tan chiquito.
La Gomera es decir Colón, la Torre del Conde, el principio de la segunda etapa de nuestro marino más emblemático, Cristóbal Colón, allende los mares, la isla de Beatriz de Bobadilla, el territorio donde las palabras dejan lugar al silbo, la comunicación pura y sin abreviaturas imposibles de descifrar.
La Gomera hay que vivirla, conocerla, disfrutarla, patearla, sentirla al socaire de una tarde de octubre en el mirador de Tecina, contemplar su infinito horizonte marino y ver al otro lado como la luna corteja a ese Teide que se prepara para sumar una noche más velando por los suyos y por los ajenos.
La Gomera es el deleite de quienes echan de menos esa vida pausada, sin horarios y sin fechas en el calendario, la isla donde todos se conocen, donde el vecino echa una mano al foráneo porque allí nadie es extraño al paisaje. Todo lo contrario, la isla integra al blanco con el negro, al holandés con el senegalés, al riojano con el canario. Al fin y al cabo, todos quieren disfrutar del mejor clima del mundo, como reza a la entrada de la Villa de Hermigua.
La Gomera es, en definitiva, mucho más que un político o que un senador cuya mácula curbeliana, por ventura, no es indeleble. Sólo queda aguardar porque el noble pueblo colombino sepa reciclar en las urnas.
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Javier Vera -
Máximo Medina -