303
303 días con sus respectivas noches. Un año casi de ignorancia por parte de él que, ciego como estaba en aquella ocasión, también era normal que ni se percatase de lo que había a su alrededor. Así le pusiesen el tesoro más bello sobre la faz de la Tierra (y ella lo era y lo es), él jamás hubiese sido consciente del momento que estaba viviendo ni de lo que iba a ser capaz de desencadenar. Simplemente, estaba como ausente, ido, en otro mundo, quizá pensando en sus cosas o tal vez, curiosamente, no pensando en nada por primera vez en su vida, sino dejándose llevar entre copas de cava, tostas de jamón y una muchedumbre indescriptible donde estaba la más linda de las joyas. Pero en ese preciso instante, en esas horas finales de un año 2009, era inútil hacerle reaccionar. Todos sus esfuerzos iban dirigidos a que nadie se pudiera percartar del sopor que las bebidas espirituosas habían causado en él a lo largo de una mañana intensa.
Y las horas, los días, las semanas y los meses volaron cual renacido y redivivo Concorde. Miles de veces se cruzaron por esa pared virtual. Él seguía en su mundo, pero desconocía que no estaba solo, que le seguían muy de cerca. También es verdad que la prudencia, el azar, la fortuna o la simple casualidad hacía que ese ser se mantuviera pacientemente en un segundo plano. Sabía que por distintas razones él tenía unas prioridades y unos compromisos que eran incompatibles con sus deseos, pero apostó por esperar con la misma tranquilidad por la que un enfermo aguarda el momento de sanar tras una larga convalecencia.
También es verdad que esa persona maravillosa había sufrido demasiado en la vida como para volver a equivocarse. No, en modo alguno tampoco pretendía meterse en medio de nada ni de nadie. Simplemente supo esperar a que la ocasión surgiera sola, a que un día, probando a adentrarse en un sendero distinto, encontrase a ese caminante con el que tanto había soñado y él, más despistado que un pulpo en un garaje, tuviese que hacer memoria sobre lo acontecido hacía 303 días atrás.
Ahora, después del reencuentro, la vida les ha puesto en la misma dirección, quizá a sabiendas de que el camino pueda no ser muy largo, que quizá él, aventurero como nadie, desee tomar nuevos rumbos, pero también es verdad que, de una u otra manera, nunca olvidará que hubo una persona que, sin pedirle nada a cambio y sin tener él siquiera constancia de su existencia, le esperase 303 días cargada del tesoro más grande que un ser humano pudiera recibir, el amor en su más amplia concepción de la palabra.
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Máximo Medina -