Crisis (moral) del interino
¡Qué hipocresía! Cuando nos enfrentamos a una situación de crisis brutal, donde es más que necesario realizar esfuerzos, apretarse el cinturón y hasta renunciar a generosas prebendas económicas para arrimar todos el hombro, nos llegan los sindicatos de turno a decirnos que aquí ni un recorte, ni un paso atrás en la conquista de los derechos adquiridos. Eso sí, el lema de batalla sólo funciona, curiosamente, en aquellos territorios gobernados por el Partido Popular porque, fíjense como son las cosas, aún estamos por ver una verdadera movilización en contra de la política de poda y desbroce de Zapatero y sus mariachis. Ahí no se ha puesto el clan del crucero y de la restauración como el bicho del pantano, al contrario, han callado subrepticiamente.
La medida que impone Esperanza Aguirre de aumentar las horas de los docentes en la educación pública madrileña no es fruto de un capricho o de esa improvisación a la que tanto nos tiene acostumbrado el Ejecutivo socialista de ZParo. Con los datos sobre la mesa, ahora mismo hay en la Comunidad de Madrid alrededor de 3.500 interinos que cubren esas horas que no hacen los funcionarios y la idea es incrementar dos horas la jornada lectiva en las aulas (sin contar el trabajo que hay entre tutorías, preparación de clases o corrección de exámenes) para pasar de las 20 a las 22 semanales, tampoco un gran esfuerzo y que, pese a llevar aparejada la correspondiente subida retributiva, supondrá un ahorro importante al acabar con una interinidad que nos supone demasiado coste a las arcas públicas.
Es que, señores míos, es de cajón que la administración pública se adelgace de tal manera que no haya lugar al enchufismo del interinato. Los sindicatos, al menos los mayoritarios, saben que tienen un caladero de votos importante entre afiliados que, dedicándose a la enseñanza, no tienen su plaza sacada por oposición. Se quedaron a las puertas, entran en una lista de reserva, pero son conscientes de que tienen que sacarla por ley, que aunque se les llame, tendrá que competir en la siguiente convocatoria y, por eso, las centrales hacen una fuerza increíble para evitar, en primer lugar, que salgan a examen determinadas plazas y, luego, forzar la necesidad de llamar a gente que se quedó a décimas o centésimas de tener la fortuna de un puesto seguro para toda la vida.
Independientemente de que también hace falta adoptar un sistema de control a los funcionarios, que muchos de ellos se creen los dueños de su peculiar castillo nobiliario y se regalan desayunos de hora y media, hay que meterle mano y ya a esto de tener interinos por costumbre. Igual que hay un techo de déficit, poner también un porcentaje, no más de un 2%, de personal que está trabajando eventualmente. Lo público no puede estar en manos de personas que no han sacado su plaza y que haya administraciones donde el enchufismo sea casi superior al del personal que sí sacó su plaza en un duro proceso de selección.
Desde luego, también hay funcionarios que han puesto el grito en el cielo, pero insisto en que si bien encontramos a servidores públicos que tienen una acentuada y aguda visión de lo que es la atención al ciudadano, tenemos a otros que se han creído los reyes del mambo y de que el Estado sólo tiene que darle a la maquinita de hacer euros para ellos seguir disfrutando de una vida placentera. Y encima, algunos irresponsables, juegan con la educación de los hijos como en su momento también lo hicieron con la sanidad.
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Máximo Medina -