Lo que nos deja 2011
2011 ha traído para España tiempo de cambios, cierto que tardíos, pero al menos pone al país en el camino de otra perspectiva menos pesimista que la que ha tenido durante prácticamente todo el año. Y es que, evidentemente, el relevo en la Moncloa de Zapatero por Mariano Rajoy era no sólo necesario, sino urgente que se hubiese producido, pero no ya un 20 de noviembre de forma oficial y un 21 de diciembre en la práctica, sino que el cambio tenía que haberse llevado a cabo mucho antes, pero está claro que el PSOE sabía la que se le venía encima y alargó el chicle todo lo que pudo (incluso nos metió en una larga precampaña de casi 4 meses).
Es evidente que la evaluación global a la que debe someterse España en este 2011, del que ya sólo quedan algunas horas, marca indefectiblemente un suspenso enorme. Se mire por donde se mire, todo han sido malas noticias, con 5 millones de parados, con cierre de empresas por doquier, con derroches autonómicos y locales que han rayado lo pornográfico, con un desprestigio internacional atroz, con una Unión Europea que ha tenido que ponernos deberes y además con la pertinaz vigilancia de Merkel y Sarkozy para evitar los habituales escaqueos de Zapatero, Salgado y Cia.
2011 nos ha dejado un hundimiento generalizado de un PSOE que ha perdido un altísimo porcentaje del poder que tenía no hace muchos meses e incluso en 2012 se atisba el riesgo de que deje de mandar también en Andalucía. Es verdad que tampoco ha habido una confianza masiva en el PP, que su crecimiento no ha sido directamente proporcional al de la huída de los votantes socialistas, pero fue tal la deserción en Ferraz que pareciera que en Génova se había arrasado y las cosas tampoco son así.
Y también este ejercicio nos deja a un ex ministro inquisidor, José Blanco, el doctor en moralinas semanales, mucho más que imputado por el llamado caso Campeón, con sus reuniones en cierta gasolinera con el empresario Dorribo. Curioso cuando menos que donde no había nada hoy signifique estar a punto de tener que ir a declarar al Supremo. Y es que de las corruptelas o, mejor dicho, de las presuntas corruptelas, no se salva ni la Casa Real, con el supuesto trinque de Urdangarín cuando trabajaba en Noós (vamos a forrar).
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Máximo Medina -