Realmente pinta mal
Lo de Iñaki Urdangarín y sus procelosos negocietes por ser quien era, es decir el Duque de Palma, empieza a tener muy mala pinta. Demasiados cabos saltos, demasiadas pistas, demasiadas evidencias y, sobre todo, demasiadas contradicciones. Si incluso el mismísimo Rey Don Juan Carlos tuvo que verse forzado a reconvenir al yerno perfecto porque la cuestión del supuesto mangoneo de capitales había sido tal que ya el escándalo no se podía tapar bajo ninguna de las maneras.
Lo hechos, desde luego, no dejan en buen lugar a la institución monárquica porque nadie (o muy pocos así lo creen) puede dar hoy por buena la tesis de que no se sabía nada sobre las hipotéticas mañas de Urdangarín para hacer crecer y crecer sus negocios. Casado con una hija del Rey, nadie en su sano juicio puede creer que ésta estuviese callada ante los repentinos golpes de suerte económicos de su esposo. Es de todo punto imposible. Ella debía saberlo y, por tanto, en La Zarzuela tenían que tener fiel constancia de las andanzas del señor del balonmano, pero mientras nada se supiera, mejor mirar hacia otro lado.
Hay ahora un nerviosismo evidente. La Casa Real ha pasado a convertirse en un verdadero polvorín donde cada gesto o cada paso se analiza conveniente y detalladamente por parte de los medios de comunicación y eso ha llevado a una mayor censura y control previo del jefe de turno de La Zarzuela para evitar que se puedan hacer interpretaciones. Ya es un clásico en los últimos años que en la Pascua Militar se deje fuera del brindis a los periodistas para que luego no tomen nota de lo que sucede en los corrillos. Así Su Majestad puede hablar libremente con quien le plazca, sin tener que dar cuenta a nadie ni temer una publicación de las confidencias que hace o le hacen.
Sinceramente, lo de Urdangarín tiene toda la pinta de acabar como en su momento sucedió con Jaime de Marichalar, es decir divorciado y fuera de la Casa Real, aunque a diferencia del ex marido de la Infanta Elena, el Duque de Palma, mucho me temo, tiene demasiados datos, sabe cosas comprometedoras y no va a ser fácil un acuerdo. Lo que está claro es que su presencia pone cada vez más al borde del precipicio el prestigio del Rey y de su familia. Dos escándalos más, y en este país, por la fuerza, nos imponen la República, aunque al menos nos ahorraríamos derroches y despilfarros.
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Máximo Medina -