'Spanoir'
La aviación española se encuentra una vez más en el ojo del huracán. La compañía Spanair ha dejado en tierra a miles de pasajeros que, con toda la razón del mundo, se han quejado ante los mostradores de la aerolínea porque no se les informó con la suficiente antelación. Y es que un viernes 27 de enero de 2012, a las seis de la tarde, cuando empieza a sopesarse la posibilidad de que la compañía cese en su actividad a partir de la medianoche, no es tiempo suficiente para que los afectados puedan reaccionar o incluso estar al tanto de las noticias.
De hecho, fueron varios los viajeros que a primera hora de la mañana en Tenerife, Madrid, Gran Canaria, Barcelona, Bilbao o Palma de Mallorca se veían con la desagradable sorpresa de ver como su avión no salía. Es decir, la estrategia de comunicación de la empresa no ha sido, precisamente, la más adecuada. Y eso por no decir que todavía durante la tarde de ese viernes se vendieron billetes on line o al menos existía la posibilidad de poder adquirir algún viaje, algo que desde luego no se entendía a sabiendas de la idea de los responsables de la empresa.
Al final, lo que subyace del cierre o cese de actividad de la aerolínea es que no se ha pensado internamente en los más de 2.000 empleados que se quedan en la calle y que no van a tener nada fácil recolocarse y, por el otro, desde la perspectiva externa, lo que ha acontecido con los pasajeros que han confiado sus expectativas de viaje a Spanair y ésta, ni corta ni perezosa, en menos de 24 horas, les deja en tierra y con graves problemas para poder regresar a sus destinos o disfrutar de unos días de asueto.
Decía un portavoz de la compañía que no había habido grandes problemas a la hora de hacer los reembolsos pertinentes a los perjudicados, pero claro, lo que se oculta a la opinión pública es que había viajeros a los que el trayecto, comprado con mucha antelación, les había salido a menos de 20 euros y que ahora, por ejemplo, en un vuelo Bilbao-Tenerife, la broma podía salirles por 300 del ala (sin ironías). Claro, ahí el ímprobo portavoz se encoge de brazos y dice que no puede entrar a analizar las ofertas o la política de precios de otras empresas.
Lo que sí ha quedado patente es que al final basta con que una empresa caiga en manos de una institución, en este caso la Generalitat de Cataluña, para que al final su cuenta de resultados haya caído en picado hasta el punto de tener que dejar todos los aviones en tierra. Ahora habrá que ver qué sanciones se imponen a los culpables de este desaguisado y, por supuesto, que no eludan las responsabilidades aún por depurar aquellos que intentan echar tierra sobre un episodio funesto, el del los 154 pasajeros fallecidos del vuelo Madrid-Gran Canaria del 20 de agosto de 2008.
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Máximo Medina -