Los impresentables disturbios en Magaluf
La imagen de España de cara al exterior no sólo se deteriora con hechos como los de Luis Bárcenas y la supuesta implicación del Partido Popular en esa contabilidad B. También daña al prestigio de nuestro país imágenes como las que están llegando a diario de la turística localidad balear de Magaluf, en el municipio de Calvià, en la isla de Mallorca. Ya es una tradición (permitida por la inacción de las autoridades) que miles de británicos y alemanes, aunque también participan personas de todo pelaje, condición y nacionalidad, cojan la avenida principal y conviertan el paseo de La Ballena en un estercolero lleno de botellas, latas, porquería orgánica diversa y hasta excrementos líquidos y sólidos.
El alcalde de la localidad, un tal señor Onieva, parece haberse abstraído de este problema, como si con él no fuese. Y no creo, sinceramente, que los habitantes de Magaluf y especialmente los dueños de los establecimientos alojativos y de restauración estén satisfechos con esta situación. Alguien siempre pensará que esos miles de alocados turistas dejan pingües y cuantiosos beneficios, pero la verdad es muy diferente. Se emborrachan y se colocan gastando muy poco y los destrozos e incidentes que provocan no compensan en nada las ganancias que pudieran generarse y encima con el añadido, repito, de esa imagen que se está dando a todo el país y a gran parte del extranjero.
De todas maneras, no nos confundamos y pensemos que Magaluf es el único punto donde se producen estos disturbios. Hay más núcleos en la España turística donde se juntan turistas de bajo coste, bebida y otras sustancias a un precio asequible y destrozos diversos en el mobiliario urbano. Sólo basta profundizar ligeramente en la hemeroteca para observar como lugares como Salou, Benicasim o Playa de Las Américas se han convertido en lugares de vandalismo, de peleas que harían estremecer al mismísimo John Wayne, gente sin escrúpulos que son capaces de romperte una botella en plena cabeza por el único hecho de que llames a alguno de estos 'angelitos' la atención.
¿Cómo se resolvería este problema? Sencillo, poniéndole coto desde el primer día, evitando que el 'bicho' crezca. Ojo, no se trata de la política del porrazo, pero sí de coger a los primeros vándalos, detenerlos y meterlos por un tiempo en el calabozo para que reflexionen. Sin embargo, como dejemos manga ancha, el fenómeno de Magaluf acabará siendo demasiado repetido y no habrá quien lo frene ni con antiaéreos.
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