El Camino de Santiago: una experiencia de vida
La experiencia de realizar el Camino de Santiago es algo que difícilmente puede expresarse en unas solas líneas. Hay que vivirlo in situ, disfrutarlo, incluso hasta sufrirlo porque dentro de ese sufrimiento hay una recompensa y una lección de vida, que todo lo que se quiere conseguir en este mundo cuesta un esfuerzo, que nadie regala nada y que llegar a la plaza del Obradoiro cuesta muchos pasos, muchas pedaladas y una dura lucha contra la tentación de dejarlo todo en un momento determinado. Pero merece la pena sacrificarse. Nadie dijo que fuera fácil, pero tampoco es complicado. El premio por verse frente a la catedral de Santiago de Compostela después de días, semanas (incluso meses) es incomparable. No se compra con dinero alguno.
La decisión de emprender por primera vez el Camino de Santiago vino casi de forma accidental. José Ignacio, un amigo al que se le truncó un viaje por lugares ignotos, cerca de China, me propuso la posibilidad de hacer juntos ocho días de este recorrido, pero no el tradicional, el Francés, sino el del Norte, concretamente partiendo desde Luarca. Poco a poco la idea fue madurando en nuestras cabezas y dicho y hecho, entre solicitar la credencial del peregrino en la Iglesia de Santiago en Madrid, donde muy amablemente nos atendió el Padre Carlos, reservar los viajes y estudiar a conciencia las etapas, allí que nos plantamos el día 1 de agosto en plena Estación Sur de Autobuses para comenzar una dura tralla en lo físico, pero muy enriquecedora para el recogimiento, para eliminar todas las dudas y bloqueos personales, alejarse, en cierta medida, de aquellas cosas que a veces no nos dejan evolucionar como personas.
Nuestro inicio arrancó en la preciosa localidad de Luarca, a 244 kilómetros de nuestro destino. La maravillosa villa asturiana nos recibía con tiempo nublado, pero una temperatura acogedora. Tras un buen desayuno, manos a la obra y ya pudimos ver que desde el milímetro uno esto no iba a ser coser y cantar. 31 kilómetros para empezar, hasta llegar a La Caridad, y ya empezábamos con una subida que se asemejaba a un puerto de segunda categoría en el Tour de Francia, rampas empinadas y curvas retorciéndose endiabladamente hasta conseguir llegar después de casi tres kilómetros a una zona de falso llano.
Una vez superas el primer escollo (en realidad eso era una broma para lo que vendría no mucho después) ya empiezas a coger ese aura de peregrino, con la concha en la mochila (como no puede ser de otra manera) y empezando a imbuirte del ambiente. Algún que otro caminante por la zona, pero muy poquitos hallamos en estas primeras jornadas, máxime porque los datos hablan de que el 82% de los que se decantan por hacer el Camino optan por el Francés, mientras que el 18% tiran por el del Norte, menos conocido y también más duro por su perfil sinuoso.
La primera gran parada fue en Navia, municipio costero, con una ría sensacional y donde los pies (mucho más que el estómago) agradecieron sin duda alguna la pausa después de 20 kilómetros en los que sólo se había hecho un breve descanso para que cayese el primer sello en la cartilla. Un buen festín gastronómico para recuperar fuerzas y después a seguir con el recorrido, no sin antes disfrutar de este pueblecito asturiano y de sus buenas gentes que nos ayudaron a encontrar la continuación de la senda a seguir. Y es que esto sería moneda de uso común en nuestro paso por Asturias, la deficiente señalización o, a veces, la falta de ella; un error que deberían de solventar quienes tengan la competencia, sobre todo, pensando egoístamente en un interés pecuniario, porque eso repercute en una promoción de la zona de manera increíble.
El final de la primera etapa llegó hasta La Caridad, donde nos alojamos por primera y última vez en un albergue (no es que estuviera en malas condiciones, ni mucho menos), pero el problema es que las plazas son limitadas y los peregrinos que ya son avezados en el Camino se levantan a las 4 o a las 5 de la mañana para llegar antes de las 11-12 y coger alojamiento. Sinceramente, si uno hiciese esta ruta por motivos competitivos, lo entendería, pero es que hay algo más que ser el primero en llegar, es gozar del Camino en sí, enriquecerse espiritualmente, llenarte de vida y sacar todo lo malo de ti. No obstante, en este primer alojamiento nos acogió de maravilla Rubén, que era quien lo gestionaba, junto con un bar de comidas donde tenían un menú revitalizante y donde procuraban que no te quedases con nada de hambre. El propio dueño luego te llevaba en su vehículo de vuelta al albergue para evitar que hicieses a pie dos kilómetros extra. Había que guardar fuerzas para el día siguiente (y no saben ustedes hasta qué punto).
SEGUNDA ETAPA: ¿Y qué vamos a hacer tantas horas en Ribadeo?
El segundo día se prometía inicialmente cortito, apenas una veintena de kilómetros hasta adentrarnos en las benditas tierras gallegas, concretamente por la provincia de Lugo, en la localidad de Ribadeo. A las 5 de la mañana, como si el albergue fuese un barracón del ejército, quien más y quien menos ya se ponía en marcha (y es que ahí es donde caes en la cuenta de que la gente parece más preocupada por llegar temprano, a la carrera, que de pasarlo bien parando en distintos puntos del Camino).
Nosotros, tranquilamente, aunque con algo de sueño en nuestras pupilas, partimos a las 7. Cuatro horas de travesía que se acabaron convirtiendo prácticamente en seis merced a una errónea señalización que nos llevó a dar una tremenda vuelta y llegarnos a meter incluso por la Ruta del Maíz. Felizmente arribamos al precioso Ribadeo donde tras recuperar algo de fuerzas con un pincho de tortilla espectacular y una Estrella Galicia aún más, fresquita y que reaviva a un desfallecido nos hicimos la gran pregunta: “¿Y qué hacemos aquí tantas horas?”. Cierto es que estaba el atractivo de haber visitado la Playa de las Catedrales, un lugar único, pero al final, convencidos de tener fuerzas suficientes nos liamos la manta la cabeza y a las tres de la tarde nos encaminábamos a devorar otros 29 kilómetros hasta llegar Lourenzá, adentrándonos en plenos montes de Lugo.
Inicialmente, esta locura de meterle más tralla al cuerpo no parecía pesar en las piernas. El camino bien señalizado y tramos no muy duros…hasta los 12 últimos kilómetros. A partir de ahí, seguramente por el cansancio acumulado, la merma física era evidente y cada vez que uno miraba el camino hacia adelante sólo veía rampas y más rampas. Ni el cartel de último kilómetro a Lourenzá ni el placer de tener como recompensa final de la etapa un cálido alojamiento en Casa Rural Gloría podían mejorar mi evidente declive físico de ese momento. Llegamos, en mi caso a duras penas y pensando en lo duro que podría ser el día siguiente, pero una ducha, una jugosa cena y un merecido descanso parecieron surtir parcialmente efecto, más aún cuando comprobamos el espectacular desayuno con el que nos obsequiaron los propietarios de este establecimiento antes de comenzar la tercera etapa.
TERCERA ETAPA: Mondoñedo y lo que costó llegar a Abandín
Como decía, nuestro tercer día comenzaba con un delicioso desayuno, unos espectaculares dulce de fabricación casera, glucosa para el cuerpo, ya que lo iba a necesitar a raudales para afrontar no una etapa larga, sólo 24 kilómetros, pero sí dura en cuando al perfil, casi 17 kilómetros de subida continua que a mí se me hicieron eternos, pero que gracias a la santa paciencia de mi amigo de Camino pudieron solventarse y llegar a nuestra meta no más allá de las seis de la tarde.
La primera parte de la jornada, sin apenas subidas, fue muy sencilla. Llegar hasta Mondoñedo fue casi una bendición, recorrimos el casco histórico, hicimos la visita de rigor a la catedral, sellamos nuestras credenciales y tras aprovisionarnos de algo de comida, ya que no había bares ni restaurantes hasta el final de la etapa, reanudamos la marcha hacia Gontán-Abandín.
Sencillamente, junto con el final del día anterior, los 17 kilómetros de subida compusieron el peor momento físico y mental para mi persona. Llegas a tener la malévola tentación de plantarte en mitad del Camino y renunciar a todo, a no dar un solo paso más, que la carretera o el camino sigan su curso. Sin embargo, al mismo tiempo que surgen estos pensamientos terrenales (y hasta lógicos) cuando ves que las piernas no responden, también aparecen otras cosas en la mente que te hacen reflexionar y entonces te das cuenta de que el Camino es un reflejo de la vida misma, de saber resistir cuando las cosas vienen mal dadas, de que hay que saber luchar ante los embates del destino, que nadie regala absolutamente nada, que todo lo que uno quiere siempre va a costar, que a veces el Camino no será una plácida llanura, que costará avanzar, pero que lo que importa es llegar. Y como si esas reflexiones actuasen a modo de efecto placebo, de repente, a poco ya de terminar, unos cuatro o cinco kilómetros, ese cansancio físico desapareció casi como por arte de magia.
La llegada a Abandín nada tuvo que ver, a Dios gracias, con la de Lourenzá, físicamente algo más recuperado. Hicimos el checking en Casa Goas y luego, tras una reconfortante ducha, a pasear un poco por este pequeño núcleo, una buena cena y a la cama con prontitud, aunque las dos siguientes etapas iban a ser casi una broma para lo que habíamos hecho (pero no estaba el horno para bollos de juntar más etapas tras la experiencia vivida).
CUARTA ETAPA: Raudos y veloces a Vilalba
El domingo 4 de agosto marcó casi un antes y un después. Como si de repente nos hubiesen puesto pilas nuevas, nuestra etapa, de 21 kilómetros, la hicimos con una rapidez inusitada y eso que ya empezábamos a coincidir y a departir con muchos más peregrinos, muchos de ellos de Italia, Alemania, Francia o Reino Unido. Es cierto que cuando la carretera pica hacia abajo todo parece más sencillo, pero es que las piernas parecían ir sola.
Cuando nos quisimos percatar, ya nos habíamos comido casi dos terceras partes de trayecto y casi se nos olvida poner el cuño reglamentario en Guitiriz, donde destaca un precioso cementerio de arquitectura gótica, de los que vimos mucho a lo largo de los días siguientes.
El tramo final de esta etapa nos llevo apenas una hora más, aunque la recta de entrada a Vilalba se hizo un poco eterna, sobre todo por el calor que hizo su aparición en esos metros finales. Enseguida nos topamos con Casa Seijo, que es la pensión en la que nos alojamos en esta ocasión y con un servicio de cocina sencillamente fantástico y un personal que se volcó con nosotros de una manera envidiable, dándonos referencias de todo lo que podíamos hacer en Villalba, especialmente visitar el Parque Fluvial y ofreciéndose para todo aquello que quisiéramos.
Tras el almuerzo y una merecida siesta, recorrimos Vilalba de cabo a rabo, disfrutando (como nos ha pasado en todo el Camino) de la hospitalidad de sus gentes y además con un clima sensacional, temperaturas que salvo el último día nunca superaron los 26 grados, todo un plus para no añadirle un extra al cansancio del caminante. Por la noche, antes de subir a nuestros aposentos, conversando con el dueño de la pensión nos enteramos de que Vilalba no sólo fue la cuna del ya desaparecido Manuel Fraga Iribarne, sino que también fue el lugar de nacimiento de Rouco Varela, cabeza visible de la Iglesia Española y fue el sitio donde también nació el padre del tristemente célebre Fidel Castro. Pequeño, pero con historia.
QUINTA ETAPA: Baamonde, el relax antes de la etapa reina
La salida de Vilalba fue de las más tardías en todo el recorrido. Casi a las diez iniciábamos la marcha para completar poco más de 19 kilómetros, parte de ellos aderezados con la conversación que se traía por un manos libres un simpático alemán con el que luego coincidimos en todos los días posteriores, pero que te ponía la cabeza como un bombo con su tono fuerte de voz.
Sin apenas proponérnoslo, arribamos tempranísimo a nuestro punto intermedio para sellar y tomar un refresco donde coincidimos con varios peregrinos, incluso tres simpáticas chavalas que comenzaron también desde Vilalba y que entablaron un buen rato de conversación con nosotros porque confundieron a mi amigo, madrileño de pura cepa, con un alemán o un holandés. Una de estas chicas, Macarena, estaba haciendo el Camino por promesa, básicamente le había dedicado los tres últimos años de su vida a sacarse una oposición para el Ayuntamiento de Madrid y como lo que se promete es deuda, ahí estaba echándole arrojo (y ampollas también). Menos mal que sus amigas, Paloma y Arancha estaban ahí como buen soporte moral para poder terminar no sólo la etapa, sino también llegar días después a Santiago de Compostela.
Nuestra llegada a Baamonde fue bastante cómoda, almorzamos opíparamente, descansamos y después salimos a estirar las piernas y ver un poco con nuestros propios ojos el inicio de la etapa del día siguiente, 42 kilómetros de lo que se llama sube-baja-sube-baja. Nos animó el hecho de ver el mojón con los 100 kilómetros que quedaban ya para llegar a Santiago y con ese dato visual estimulante volvimos al pueblo donde nos encontramos en el bar con las tres caminantes de la mañana y un nutrido grupo de alemanes. La de la promesa, como había dicho anteriormente, tenía los pies reventados de ampollas, pero lo que te llama la atención es que, a pesar de pasarlo mal, tenía la clara intención de llegar sí o sí al Obradoiro. Eso se llama cultura del esfuerzo y, si quieren darle un sentido religioso, estar imbuido de una espiritualidad a prueba de todo.
SEXTA ETAPA: Sobrado dos Monxes: Pues el león no era tan fiero como lo pintaban
Con 42 kilómetros en lontananza y aún con el recuerdo fresco de lo que había pasado el segundo día, optamos por salir temprano y avituallarnos en un punto intermedio. A las 6.45 de la mañana tomábamos el largo camino y pronto afrontábamos la primera subida, pero mentalizados de que lo que nos quedaba por delante, la hicimos como unos verdaderos campeones. De hecho, cuando llegamos al punto de apoyo al peregrino, regentado por una simpática alemana, ya nos habíamos comido en apenas hora y 20 minutos unos 10 kilómetros, todo un logro hasta ese momento.
En ese lugar, amén de degustar de un excelente desayuno, también nos enteramos de que hacía unos días que había pasado por allí el hermano del jugador del Borussi de Dortmund Robert Lewandowski. Tal es el amor que profesa a su hermano que le dejó una fotografía del jugador firmada por el mismo. Y es que no podemos olvidar que los polacos son unos acreditados religiosos y por lo que nos contaron no era la primera vez que hacía el Camino de Santiago.
Tras recuperar resuello, con 32 kilómetros aún que completar, seguimos a piñón, a pesar de alguna rampa de cierta envergadura. Las pilas que había tenido descargadas el segundo y tercer día parecieron ponerse a tope en esa etapa, tanto que mi amigo tuvo que pedirme que bajase un poco la intensidad. A diez para llegar al destino, una pausa para devorar unos bocatas, algo de fruta y chocolate y antes de las cuatro ya entrábamos triunfantes en Sobrado dos Monxes, una localidad en la que destacaba un monasterio medieval que, al margen de ser pura historia arquitectónica, también daba cobijo a cientos de peregrinos. Esta vez tocó quedarse en el Hotel San Marcus, un coqueto alojamiento que había sido reformado hacía poquito tiempo
La elección del lugar para cenar, Casa Tato, fue todo un acierto. Allí no es que te diesen de comer, es que te llevabas combustible de sobra para los días siguientes, especialmente una fuente de raxo (carne de cerdo) con unas patatas caseras que eran toda una tentación. Es que fue tal el atracón que ni ganas había para tomarse el postre que venía incluido en el menú. Con tal hartazgo gastronómico, una larga vuelta por el pueblo para bajar la cena y ver la penúltima etapa de nuestro Camino, la llegada al enclave de Arzúa, donde confluyen la ruta del Norte y la del Francés.
SÉPTIMA ETAPA: La romería en Arzúa y una llegada pasada por agua
La séptima jornada comenzaba también tempranito, pero no por miedo a quedarse sin alojamiento, ya que lo habíamos hecho días antes en el Hostal Roma, ni por la distancia, que eran apenas 21 kilómetros, sino porque aquello podía ser como la operación retorno, miles de peregrinos a lo largo de la ruta.
Cierto es que inicialmente el camino lo hicimos casi sin toparnos con nadie, yendo a un ritmo bastante considerable, sin paisajes que realmente llamasen la atención y por una senda que prácticamente fue de asfalto desde que salimos de Sobrado dos Monxes. Eso sí, la novedad fue la lluvia, poca al principio, pero que descargó con toda su fuerza a dos kilómetros de llegar a nuestro nuevo punto de descanso. Tanto es así que parecía que me hubiese metido a conciencia en una piscina.
Viendo como parecía ponerse el panorama meteorológico, las previsiones apuntaban a una tarde de clausura en el hostal, pero tras el almuerzo y la siesta, el tiempo cambió radicalmente y pudimos dar nuestro ya tradicional paseo. En este caso, por ver un tramo del camino Francés nos acercamos hasta la localidad de Ribadisio de Abajo, a unos 3 kilómetros de Arzúa, un paseo cómodo a la ida (no tanto a la vuelta por una cuesta más dura que la de enero) y así abrir las ganas de cenar.
Arzúa, tal y como nos temíamos, fue todo un hervidero, miles de peregrinos se agolpaban en bares, restaurantes, supermercados y algunos, incluso, los más rezagados, tenían que luchar a brazo partido por hallar un alojamiento y de hecho nos consta que alguno tuvo que dormir al raso. A pesar de contar con muchos albergues privados, era tal la afluencia de peregrinos que allí no había sitio para todos.
OCTAVA Y ÚLTIMA ETAPA: Y por fin llegamos al Obradoiro
Nuestra última jornada del Camino de Santiago también empezaba con madrugón para completar casi 40 kilómetros. Ya ese día agotamos el cupo de desearle Buen Camino a quien pasara por nuestro lado o al revés. Miles de peregrinos conformaban una verdadera romería, aunque muchos de ellos preferían partir en dos esa etapa, bien para quedarse en Arca do Pino, justo en el ecuador, o bien dejar los últimos 5 kilómetros para el día siguiente, quedándose en los albergues del bullicioso Monte do Gozo.
La idea que teníamos de inicio en esta etapa, ya que mi amigo la había hecho dos años antes por el Francés, era la de llegar cuanto antes a Santiago, básicamente porque así tramitábamos con agilidad la famosa credencial del peregrino y obteníamos la tan ansiada Compostelana donde te certifican que has hecho el Camino.
Más de 25 kilómetros discurrieron por bosques coruñeses de eucaliptos, con un ambiente muy fresco y muy agradable, lleno, como decía, de peregrinos a los que ya se notaba, en función de la distancia escogida para iniciar la ruta, el cansancio en sus rostros, pero al mismo tiempo la ilusión por llegar a Santiago de Compostela y llenarse de algo indescriptible, de una emoción insuperable.
Para nosotros, la parte del Monte do Gozo fue un poco aburrida, ya en pleno cemento, con un sol que caía a cuchillo y unas cuestas que sin ser pesadas no parecían tener final. Eso sí, fue llegar a la cumbre y aquello era un festín de personas que se agolpaban allí para hacerse la clásica foto con el monumento. Una leve pausa allí y bajada pronunciada hasta entrar en la ciudad de Santiago de Compostela.
Los tres kilómetros finales ya eran de un nerviosismo tremendo, de una ilusión que nadie te podía quitar tras 244 kilómetros. Callejeando y siempre con la referencia visual de la catedral, llegamos pasadas las tres de la tarde a la Plaza del Obradoiro donde ya todo cansancio, fatiga y demás desaparecen. Dicen que oficialmente no has completado el camino hasta que no te ponen el último sello y de dan la Compostelana, pero interiormente sabes que lo que importa es el esfuerzo realizado, la cristalización de una empresa que iniciamos el 1 de agosto de 2013 y la renovación mental y espiritual que te queda, amén, por supuesto, de las ganas de volver otra vez. Y es que quien prueba una vez ya cae para siempre prendado del Camino de Santiago.
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oscar -