Madrid 2020: Alea jacta est
La suerte está echada. Apenas quedan 4 horas para conocer la decisión final de los noventa y tantos miembros que conforman la asamblea del COI y saber si Madrid albergará o no los Juegos Olímpicos de 2020. A estas horas, todo son dudas, quebraderos de cabeza y sobre todo muchas dosis de impaciencia porque todo el trabajo que se ha hecho en estos cuatro años (que en el caso de la capital de España se remonta al 2.000, cuando suplió a Sevilla como futura sede olímpica) se reduce ahora a unos instantes, lo que se tarda en pulsar un botón, que el voto se recuente y le llegue a Jacques Rogge, presidente del COI, el sobre con el nombre de la ciudad ganadora.
Aquí, en Madrid, nos hemos volcado con una fiesta previa (mal augurio) para aguantar esas horas finales. Desde las cuatro de la tarde el entorno de la Puerta de Alcalá es un hervidero de gente esperando la gran decisión. Más de 400 periodistas acreditados, muchos internacionales, para vivir a partir de las 22.00 horas esos momentos de incertidumbre. Nadie quiere acabar como en 2005 o en 2009, con ese rictus de decepción que supone que el nombre que salga en el cartón que extraiga el señor Rogge no sea el de Madrid, pero ahora mismo las apuestas (algo que tampoco es muy fiable) se decantan por Tokio.
La capital de España ahora mismo respira profundamente, intenta no centrarse demasiado en lo que sucederá en unas horas, pero a buen seguro que a las 9.45, cuando ya sólo resten minutos, estará pendiente de las televisiones, de las radios, de los dispositivos móviles o se trasladará en masa hasta la misma Puerta de Alcalá para estallar de júbilo o llevarse el tercer chasco consecutivo.
A nadie se le escapa que aunque los Juegos se le otorgan a una ciudad, el prestigio de un país cuenta y la lacerante crisis económica que venimos sufriendo unido a esos casos de corrupción que no cesan (Bárcenas, ERE fraudulentos, etcétera) lastran mucho la imagen de España cuando tiene que mirarse, no en el propio espejo, sino en el de la escena internacional y éste, guste o no, suele escupirnos a la cara todos nuestros defectos y no hay manera humana de poder disimularlos. En fin, que Dios reparta suerte y fortuna y, en todo caso, como dice el gran lema olímpico, lo importante es participar.
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