Ante la crisis, cantera
Madrid y España entera se han quedado sin los Juegos Olímpicos de 2020, pero está claro que esto no puede ser motivo para dejar de trabajar con la base de nuestro deporte. Es verdad que el dinero no suple al talento natural y, a veces, el sacrificio, el trabajo y el esfuerzo son la verdadera moneda, que los ceros a la derecha no garantizan siempre que se vayan a cosechar excelentes resultados, pero es verdad que tampoco se pueden dejar determinadas modalidades al socaire de la casualidad, entre otras cuestiones porque incluso fuera de la alta competición hace falta dinero para, simplemente, pagar arbitrajes o hacer desplazamientos a otras ciudades. Esta semana me ha llamado poderosamente la atención un artículo publicado en el diario El Heraldo de Aragón donde se detalla con minuciosidad las penurias por las que atraviesan deportistas femeninas y los equipos en los que compiten y todo por una ausencia de ayudas públicas (aunque para mí son cuestionables éstas) y privadas. Esta publicación ponía el foco en dos de las deportistas más emblemáticas de Aragón en los últimos años. Por un lado, Andrea Blas, medalla de plata en Londres y campeona del mundo este verano en waterpolo o Carolina Esparcia, oro en el europeo de baloncesto sub18, junto a las 22 preseas que atesora la nadadora paralímpica Teresa Perales. Todas ellas vienen a representar la resistencia femenina a las dificultades económicas que marcan las competiciones en nuestro país y que en el deporte femenino parece más acrecentado. Sin embargo, a pesar de los recortes en ayudas institucionales, la falta de patrocinadores que prefieren guardar y nadar la ropa, los equipos femeninos aragoneses de las distintas disciplinas resisten contra viento y marea y afrontan la nueva temporada con ganas y volviendo la mirada hacia la cantera para repetir los éxitos de temporadas pasadas con presupuestos ajustados, pero la ilusión intacta. Quizá las féminas están dando ejemplo y, sobre todo, marcando el camino por el que tendrán que ir los clubes masculinos en un tiempo no muy lejano. Aquí, por ejemplo, nos gastamos de 91 a 101 millones en un Bale cualquiera cuando tenemos a todo un Morata en la cantera, hinchándose a meter goles, pero claro, el problema es que Morata se llama Álvaro y no Gareth. Y la crisis llega para todos, primero a los menos pudientes, pero éstos, quizá por estar más acostumbrado a las estrecheces saben salir adelante con lo que tienen, maximizan sus propios recursos y los resultados están ahí. Artículo en colaboración con Proyecto Hoy
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Lewis Rogers -